“Porque la paciencia os es necesaria; para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa” (Hebreos 10:36)
No estaría bien que una virtud tan hermosa como es la paciencia quedase silenciada por más tiempo, máxime cuando las mismas Sagradas Escrituras hacen repetidas veces alusión a ella.
Todo lo que la Palabra de Dios nos dices bueno y hermoso, y decimos hermoso porque a nuestro juicio, lo que realmente es bueno (no lo que el hombre estima por tal, sino lo que Dios llama y tiene por bueno), lógicamente ha de ser también hermoso. Por este solo motivo merece que la paciencia, hermosa prenda del alma que tanto beneficia a quien la posee, sea tratada convenientemente y con la debida importancia que requiere.
Hay un gran número de personas llenas de ilusiones y esperanzas, pero con todo y tener tantas, ni siquiera las más grandes pueden elevarse más allá de las nubes. Casi la totalidad de estas personas, grandemente defraudadas más de una vez, necesitan de la paciencia para así poder mejor sobrellevar los trabajos, penas y contrariedades de está tan fugaz existencia. Así pues, unos más otros menos, todo necesitan de la paciencia y recurren a ella en su vida diaria, hasta el extremo de que no haya un solo hombre que se aventure a decir: “Yo no necesito la paciencia”, porque quien tal cosa dijere faltaría, consciente o inconscientemente a la verdad.
Si tan importante y necesaria es la paciencia para estas personas que hemos mencionado, mucho más ha de serlo para los creyentes, quiénes, entre otras cosas, poseen una esperanza que no se detiene las nubes, sino que llega el Trono del Todopoderoso, allí en el cielo, dónde está también Cristo Jesús su Hijo, el cual es raíz y fundamento de nuestra esperanza. Resulta, pues, que teniendo el cristiano todas sus riquezas en el cielo, anhela la llegada de aquel glorioso día en que a de llegar a poseerlas, y en tanto este día llega, va peregrinando por este mundo. ¡Que ningún momento de su vida olvide su condición de peregrino!
Los que no tienen su ciudadanía en los cielos (Fil. 3:20), son naturales de este país de tinieblas, y como tales tratados con más benevolencia que los que tenemos escrito el nombre en el Libro de la Vida. Ellos andan por un camino espacioso y lleno de comodidades, pues así lo ha preparado y dispuesto el dios de este siglo. Satanás, para que los que por él caminan no sientan las dificultades y asperezas, no siendo que sintiéndolas en demasía, paren en sus caminos y busquen otro que no exento de sinsabores, tenga como fin un lugar más halagüeño y bienaventurado, y encierre, por tanto, una esperanza más gloriosa.
El camino de los creyentes es más estrecho y menos cómodo, y por ser éstos de otra patria encuentran a menudo mil suertes de dificultades, que forzosamente han de soportar.
Creemos que lo considerado hasta aquí es suficiente para demostrar que el creyente necesita de la paciencia mucho más que los demás que no lo son; por consiguiente, nos remitiremos ahora a la Palabra de Dios, con el fin de que sea ella quién nos muestre el valor y utilidad de la preciosa virtud.
Entre los muchos casos de que podríamos citar, quizás el más adecuado a nuestro propósito es el que se describe en el libro de Job, en el cual se detallan las grandes vicisitudes que este hombre experimento en su vida, y notemos que ir a varón perfecto, recto, temeroso de Dios y apartado del mal (Job 1:8).
Las pruebas que tuvo que soportar nos dejan un tanto confundidos, pero nos admira considerar la paciencia con que la recibió; paciencia que ha venido a ser proverbial.
El apóstol Santiago, en su epístola universal (cap. 5 : 7-11) dice: “Pues, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor”, y nos exhorta luego a tomar por ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas que hablaron el nombre del Señor, haciendo también referencia la paciencia de Job y al fin que el Señor, muy misericordioso y piadoso, le deparó en sus últimos días.
San Pablo, en la carta que escribe a los romanos 5:45, dice: “Las cosas que antes fueron escritas, para nuestra enseñanza fueron escritas; para que por la paciencia y por la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza.” Después, en el versículo que sigue expresa el deseo que tiene de que el Dios de la paciencia y de la consolación dé a los fieles la bella unidad según Cristo Jesús.
“Porque la paciencia os es necesaria…”, así lo declara el apóstol en el versículo que nos ocupa. En los versículos anteriores Pablo invita a los creyentes a quiénes se dirige, a hacer una memoria de los días pasados, en que, después de haber sido iluminados sufrieron grandes aflicciones, tribulaciones y vituperios y asimismo la expoliación de sus bienes, sobrellevándolo todo con gozo, porque sabían que tenían en sí mismos una mejor substancia en los cielos que permanecía. “Les era necesaria la paciencia hasta el fin, para recibir la promesa, Y hoy también nos es necesaria”.
Por ser muy numeroso sería tarea larga especificar todos los casos en que la Palabra de Dios hace mención a la paciencia. En la epístola a los Hebreos 12:1 se nos invita a “correr con paciencia” la carrera que nos es propuesta, y en el Evangelio según San Lucas 21:19 el mismo Salvador nos revela que en “nuestra paciencia poseeremos nuestras almas”.
Pero siendo el Hijo de Dios nuestro Maestro por excelencia, y habiéndonos dicho que aprendiéramos de El, bien será que veamos, aunque sea someramente, el lugar que la paciencia ocupo en su vida.
Durante su breve estancia en esta tierra, Jesús demostró ser el hombre de la perfecta paciencia, porque, ¿quién sino El mostró tanta paciencia en las adversidades? ¿No fue el cordero que no abrió su boca y sufrió gran contradicción de pecadores de sí mismo? Jesús mostró también su sin igual paciencia al soportar las falsas acusaciones de que fué objeto, y lo hizo de modo que causó profunda admiración.
Nunca la virtudes mostráronce en su mayor pureza como cuando Cristo Jesús por su vida las enseño y las mostró a los hombres. ¿Quién nos enseñó la pureza del amor, la verdadera humildad y la perfecta paciencia? ¿Quién a no ser el Cristo de Dios?
Sea, pues, lo dicho hasta aquí suficiente para reconocer que, si deseamos hacer en todas las cosas la voluntad de Dios tenemos que ser voluntariamente pacientes para que, acabado todo, tengamos la promesa.
Dichosos los días aquellos en que habiendo llegado ya nuestra meta celestial no le estaremos de estar preciosa virtud que hoy tanto necesitamos y que, a decir verdad, tanto escasea. En tanto llegamos, no olvidemos las significativas palabras del Espíritu de Dios en la boca del apóstol : “porque la paciencia os es necesaria”.
Por : Tomás Gracia
Publicado en octubre de 1945 revista “El Camino”