“ Sé Feliz ”
Por : Marcos Zapata
Lucas 14: 25-33; 34-35
En la época postcristiana en la que vivimos es impensable que un mensaje de renuncia y entrega sea bien recibido, ni siquiera admitido, en la sociedad y por ósmosis incluso en las congregaciones evangélicas.
En el mundo occidental el evangelio significa “bendición” por lo tanto todo aquello que me aleje de la bendición debe ser removido. Sea el dolor, la pobreza, la muerte, la enfermedad, las crisis sociales… todo esto debe ser combatido y rechazado como parte del plan del enemigo de nuestras almas. Pudiera haber parte de verdad en esto, pero no lo es todo.
En los países que están en crisis continua, donde la muerte es una visita cotidiana en la infancia, donde los secuestros de niños cristianos son un riesgo real, donde las iglesias son quemadas o los mismos creyentes, como está pasando en Nigeria u otros países similares, el evangelio no se define por bendición, sino por “esperanza”. En un lugar donde el creyente, nuestros hermanos y hermanas, vive en una real tensión de sufrir una pérdida, persecución o martirio, la oración de: ¡Ven Señor Jesús! cobra otro sentido, tiene otra dimensión. Es un grito de esperanza, la esperanza bienaventurada de su regreso.
Sin embargo, en nuestros contextos de primer mundo, la iglesia es un cuerpo, pero pareciera un cuerpo hedonista, que se gusta y se disfruta a sí mismo sin orientarse de ninguna manera a un fin superior, a la misión de Dios, desarrolla una postura de rechazo hacia el dolor. Le parece que el dolor carece por completo de sentido y de utilidad.
En la sociedad neoliberal lo que consideramos elementos negativos, tales como las obligaciones, las prohibiciones o los castigos, dejan paso a nuevos elementos positivos tales como la motivación, la autooptimización o la autorrealización, por lo que los libros de autoayuda se consumen sin límites. El mensaje de renuncia de Jesús desaparece y es sustituido por una creciente “prosperidad”.
¿De qué se trata todo esto? De que seamos felices. “Sé feliz”, es la máxima. Nada puede estorbar el camino a tu felicidad, a alcanzar tu deseo, a tu autodeterminación en todas las esferas de la vida. Si no estás siendo feliz, entonces es que algo anda mal en ti, y si no respetan tu autodeterminación en cualquier sentido, incluso negando la biología, es que la sociedad está mal, o las personas son “x-fóbicas”, sea cual sea la palabra que se quiera poner en la “x”. Es una verdadera fórmula de dominación encubierta: “sé feliz”, es más, ¡tienes que ser feliz!
Esta es la trampa. La persona sometida ni siquiera se da cuenta de su sometimiento. Piensa y proclama que es muy libre. Ya no hay porque explotarlo desde fuera, que se le obligue desde fuera, con mucho gusto y convicción se explota a sí mismo porque se ha instalado en su psique la mentira de que se está realizando. ¡Debes ser feliz, debes realizarte, debes demostrarles a todos lo libre que eres! cayendo, entonces, en la esclavitud de la autorrealización.
Constantemente se nos incita a que comuniquemos nuestras necesidades, nuestros deseos y nuestras preferencias, y a que contemos nuestra vida. Para esto están las redes sociales, que están aniquilando el concepto de intimidad. La comunicación total acaba siendo exposición total, el desnudamiento pornográfico del alma y el cuerpo acaba siendo normalizado. La libertad que decimos ejercer y la vigilancia a la que estamos sometidos se vuelven indiscernibles.
Lo importante es la búsqueda de mi felicidad, de mis intereses, de mi bienestar, de ahí que esta atmósfera filosófica en la que estamos inmersos lleve a que cada uno se ocupe solo de sí mismo y deje de cuestionar críticamente la situación social. El sufrimiento, el dolor o la injusticia, es un asunto privado, no que corresponde a la sociedad y mucho menos a la iglesia. Ya no hay que mejorar los estados de desventaja social, no, tan sólo hay que mejorar los estados anímicos de cada uno.
Los que salen al escenario o a los púlpitos ya no son los revolucionarios o profetas con un mensaje de parte de Dios que nos redarguye, sino unos entrenadores motivacionales que se encargan de que no aflore el descontento y mucho menos el enojo. Se nos dice que debemos dar la bienvenida a todo cambio, por mucho que asuste, viéndolo como una oportunidad. “¿Has perdido tu trabajo? No protestes, es una oportunidad de emprender”.
Recuerdo leer a poco tiempo de convertirme, el libro de C.S. Lewis, El problema del dolor, reconozco que me resultó difícil su lectura siendo un joven de 22 años, pero rescato esta cita bien conocida: “Dios susurra y habla a la conciencia a través del placer, pero le grita mediante el dolor: el dolor es su megáfono para despertar a un mundo adormecido”. Sin embargo, las cosas cambiaron desde entonces, hoy adormecemos el dolor, lo medicamos, lo anestesiamos y así ya no hay posibilidad de despertar.
Somos una sociedad paliativa, anestésica. Nos olvidamos de que el dolor evidencia injusticias sociales y económicas, de las que se resiente tanto el alma como el cuerpo. Los analgésicos, por cierto, prescritos masivamente, ocultan las situaciones sociales causantes de dolores. Se aborda el tratamiento del dolor desde un punto de vista médico y farmacéutico, lo que hace que el dolor pierda su fuerza de mensaje, de crítica, de motor de cambio. Las redes sociales, el ocio sin fin, los juegos online o la televisión a la carta también actúan como anestésicos sociales. Y justo aquí, se encuentra un espacio de acción para la iglesia, ya que el permanente sopor social impide el conocimiento y la reflexión y reprime la verdad. La necesidad de prestar voz al sufrimiento es condición de la verdad y, por ende, de la iglesia.
Como resultado de esa búsqueda de la felicidad personal y familiar se produce una pérdida de la solidaridad. Cada uno debe preocuparse por sí mismo, de su propia felicidad. En consecuencia, el sufrimiento se interpreta como resultado del propio fracaso. Por eso, en lugar de revolución lo que hay es depresión. Nuestro esfuerzo por curarnos a nosotros mismos nos hace perder de vista el dolor que causan las desigualdades sociales. Y esta máxima de “Sé feliz” no soluciona el verdadero mal, ni va a la raíz, tan sólo lo medica o lo entretiene. De ahí que no se lance ninguna protesta, nos convencemos de que lo mejor es que seamos neutrales, que no nos metamos en problemas ajenos ¡y menos de injusticia social!
Este engaño como se hace pasar por libertad es más invisible y represivo que un ataque frontal y evidente a nuestras convicciones como creyentes. Se trata de dinamitar la fe desde dentro, no desde fuera.
En el texto de Lucas que encabeza estas líneas, nos muestra que es en el dolor de dejar. Tres veces le dice a la multitud: si no aborrecen a los seres más queridos, si no toman su cruz, si no renuncian a todo lo que poseen, no pueden ser sus discípulos. Sin duda es muy chocante, todo el texto nos habla de ser discípulos, y el camino comienza con dejar. Y de pronto, su discurso da un giro y dice: “Buena es la sal”. El discípulo es sal. Esta es la propuesta de Jesús para un mundo adormecido. Su propuesta somos tú y yo, sus discípulos. Al igual que la sal da sabor, así el discípulo sazona la vida de los que le rodean.
Tristemente vivimos en una época (con todo el dolor del alma lo digo) donde la fe se ha vuelto un medio para la conquista de la felicidad, un modo de fe utilitarista. ¿Cuál la aspiración máxima de un creyente hoy en día? Tener un esposo o esposa, hijos bien encaminados, tener unidad familiar; tener asegurado el futuro con estabilidad económica y… para de contar. Esa toda la propuesta que la fe está teniendo hoy en día.
Hemos reducido el potencial transformador de la fe a una zona de comodidad doméstica, a una felicidad personal, y eso es todo lo que aspiramos, y aún peor, es todo lo que tenemos para ofrecer.
Es decir, nosotros estamos preocupados en construir lo que Jesús está empeñado en destruir. El Señor quiere una reestructuración de la agenda de valores
Por eso Jesús nos llama a ser discípulos en medio de una sociedad anestesiada. “Buena es la sal; mas si la sal se hiciere insípida, ¿con qué se sazonará? Ni para la tierra ni para el muladar es útil; la arrojan fuera. El que tiene oídos para oír, oiga”.
Fijémonos en la fuerza de ese “¿con qué?” casi es una expresión de asombro, para Jesús no hay otra alternativa, sino la de sus discípulos, no tiene más con la que salar, sus discípulos son su propuesta para la transformación del mundo, de ahí su llamamiento radical a dejarlo todo, porque no podrá salar con discípulos insípidos, que viven su fe desde la creciente bendición y prosperidad, sordos al dolor propio y ajeno, que son completamente inútiles ya que no afectan ni a los niveles más bajos de la vida y la sociedad; sino con discípulos que son llamados desde la renuncia, desde el dolor, porque estos sabrán sostenerse en las horas de dificultad o tinieblas.
La propuesta de Jesús no es sé feliz, es sé sal que sazona la vida
Marcos Zapata es el actual presidente de la Alianza Evangélica Española