Es de gran interés que al leer esta pregunta procure el lector darle toda la importancia que reviste y se percate de la profunda significación que tenía cuando fué formulada por Jesús junto al estanque llamado Bethesda, a un pobre enfermo que hacía 38 años que estaba imposibilitado. Para que pueda verse el fruto es menester que este hecho no sea considerado como algo ya pasado, digno únicamente de comentarse con respeto o simpatía, sino como algo de gran actualidad y personalísimo para todo aquél que tiene en sus manos las claras páginas del Evangelio, puesto que Jesús es el mismo hoy que ayer, y la condición del hombre de hoy no es mejor que la del paralítico. El Señor no preguntaba para enterarse de algo que no sabía, pues “a Él todas las cosas son manifiestas”. Partiendo de esta base puede el lector decirse a sí mismo:¿hasta qué punto sería razonable esta pregunta si el mismo Jesús me la hiciera?,¿qué mal me aqueja para que me brinden una sanidad?, y en este caso, ¿puede El sanarme con solo quererlo yo?
Un piélago de argumentos en coalición se levantarán en contra de la pregunta de Jesús, dándola por inútil. vacía y aún ridícula. Pero un argumento contundente, decisivo, que no puede disimularse ni esconderse ante la claridad que la conciencia percibe, se levanta para justificar y dar por necesaria la pregunta del Señor: EL PECADO ¿Qué vas a hacer con él?, o, mejor dicho, ¿que vas hacer él contigo?
El paralítico podría haber objetado ¿quién eres tú?, ¿que puedes hacerme?, pero, ¡ah! allí estaban aquellos 38 años de penosa enfermedad y con ella 38 años de vanos esfuerzos para curarse, dando testimonio de que nada podía ser por sí mismo y que nada podía esperar de los demás, pues ni en el prójimo halló caridad suficiente para ayudarle a bajar al estanque.
La triste condición del hombre de hoy, paralela a la del pobre paralítico, sólo requiere una actitud ante la pregunta de Jesús: la misma de aquellos hombres que después de recibir la Palabra del Señor “dejando sus redes le siguieron” (Marcos 1:18)
Por : Juan Solé
Publicado en febrero de 1945 revista “El Camino”