(Hebreos 10:20)
Por corta y sencilla que sea la consideración de un pasaje del Evangelio, puede decidir el acontecimiento más importante de tu vida, pues en la fuerza santa de sus palabras llegarás siempre a la presencia del Señor, quién, de una manera amorosa, pero inflexible, te amonesta a que abandones el espacioso camino cuyo fin es perdición y aceptes la senda de la vida. Así contemplamos con tristeza la indecisión y apego a lo suyo del joven rico (Mateo 19: 21, 22) cuando el Señor le dijo: ven, sígueme, y la profunda interrogación de sus primeros discípulos al preguntarles: “¿Queréis vosotros iros también?” “Señor, ¿a quién iremos?”, contestaron, “Tú solo…” (Juan 6:67,68).
No es nuestro propósito hablar ni discurrir sobre la horrible tenebrosidad que se descubre a lo largo de la senda de perdición, que, por otra parte, ya te es conocida por dolorosa y falsa. La insensatez del rico que amontonaba tesoros y cosechas en la misma víspera de su muerte (Lucas 12:19,20); el desgraciado abandono de aquella pobre mujer que tenía que ser apedreada (Juan 8:5); la hipocresía de los fariseos (Juan 8:5,6); la corrupción de Lázaro (Juan 11:39) y otros ejemplos que podríamos entresacar de los Evangelios te hablan con elocuencia del infortunio del hombre, el cual, en la desdichada consecuencia del pecado, apura dolor y mentira hasta bajar a la sepultura, de la que nada sabe. Pero tú, vuelve los ojos al camino nuevo y vivo, para que puedas comparar su novedad y su vida con la caducidad de la carne acompañada siempre cabo y de la muerte (Rom. 6:23). Escucha al Maestro, que, arrebatado de santo entusiasmo, muestra el término de ese camino que se extiende a lo largo de sus palabras, de su cuerpo sin pecado y de la Cruz, “Mirad las aves del cielo que no siembran ni siegan y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No soy vosotros muchos mejores que ellas? (Mateo 6:26)
Es un conocimiento bienaventurado saber que tienes un Padre en el cielo que no mira según los hombres, sino que es movido de su misericordia y de su inmutable verdad. ¡Que sencilla las palabras de Jesús, y, sin embargo, cuánto te dicen! Sales al campo a pasear y distraído pisas hierbas y florecillas, sin preocuparte de quién las viste. Son “tus pies presurosos para correr al mal” (Prov. 6:18) los que destruyen obra tan sublime, y Dios te lo consiente, porque “eres mucho mejor que ellas”. ¿Por qué eres mejor? Pues porque las flores del campo y las aves del cielo nunca costaron la vida que Jesús ofreció en la cruz; pero tú, si. ¿Has comprendido? ¿Es nuevo el camino para ti?
Acaso te sea difícil creer que seas más que los lirios y los gorriones pues los unos son mejor vestidos (Mateo 6:29) y los otros vuelan más altos, mientras tú estás desnudo (Apoc. 3:17) y en lugar de cantar lloras. Pero Jesús sale al paso otra vez para ayudarte a decidir. ¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios? (Juan 11:40)
Por : Juan Solé
Publicado en marzo de 1945 revista «El Camino»