La soledad en la familia

Por : Ester Martínez

Desde estas páginas ya hemos estado escribiendo varios autores, en anteriores números, sobre la soledad en la infancia, la soledad en el matrimonio, en la vejez…Y ahora nos toca abordar el tema más general de la soledad en el seno familiar.

Hoy podemos afirmar que la soledad, en el seno de la familia, es una lacra que nos está arrastrando hacia realidades muy tristes y con consecuencias muy graves para todos. Se ha asociado esa soledad a problemas como la ansiedad, la depresión, el aumento del riesgo de suicidio, la mala calidad del sueño y la salud en general.

También, la soledad prolongada, puede reducir las capacidades cognitivas como la memoria, la atención, la concentración, la capacidad de cambiar los pensamientos obsesivos negativos en positivos y hasta puede aumentar el riesgo de muerte en personas mayores.

Según la Real Academia de la Lengua, la soledad es la carencia voluntaria o involuntaria de compañía; o también “un lugar de desierto” para la persona.

El sociólogo José Mª Rodríguez Olaizola, en su libro “Bailar con la Soledad” (2017) escribe que: “La soledad es un sentimiento complejo que a veces trae paz pero que en otras ocasiones nos abruma sin que sepamos bien qué hacer con eso que se remueve en nosotros”. Este autor expone que el ser humano tiene una necesidad profunda de encuentro, de cercanía, de intimidad y de pertenencia, cuestiones que, sin duda, deben estar presentes en la familia.

Como vimos en otros artículos la soledad, desgraciadamente, no sólo afecta a personas mayores o a niños abandonados. Puede afectar en cualquier momento de la vida y además las estadísticas nos dicen que, en España, seis de cada diez personas están en soledad no deseada y según datos del informe la Soledad en España, uno de cada diez españoles admite sentirse solo con mucha frecuencia. Dos millones de ancianos, en nuestro país, se sienten solos y más de cuatro millones y medio de personas se sienten solas de manera habitual.

Debemos hacer una distinción, para empezar, diciendo que puede haber también carencia de compañía voluntaria. Es decir, soledad deseada. Esto es otra cosa; muchas veces necesitamos estar solos y nos parece maravilloso tener un tiempo de forma aislada, sin interrupciones ni ruidos, con nosotros mismos y con el Señor, como única compañía (si somos creyentes). Pero esto ya hace otra distinción entre los que además de querer gozar de soledad por un tiempo, tienen al Señor como compañero en esa andadura. Estos tiempos de soledad serían totalmente aconsejables, placenteros y constructivos y nos llevarían a la meditación que está tan de moda hoy. Pero yo debo hacer aquí un inciso para que nadie se confunda: ¡No todas las meditaciones son iguales! La meditación del cristiano tiene como finalidad a Dios mismo y debemos huir de sucedáneos que nos alejarán de la verdad de que “en quietud y en confianza en el Señor estará nuestra fuerza”.

De momento vamos a introducirnos en la soledad no deseada en el seno familiar, que ha ocurrido en las familias de todos los tiempos, estratos sociales y lugares de nuestro planeta.

Mi padre publicó un libro a finales de los años 60 que tituló “Con el Mundo a Cuestas”. Lo recuperé de mi biblioteca hace unos días porque recordé que él ya se refería a la soledad de personas que, aunque muy importantes, vivían y hablaban, ya en aquellos años del pasado siglo XIX y XX, de sus sentimientos en el terreno de la soledad. Por poner un ejemplo, que él menciona, se refirió así a don Miguel de Unamuno:

Unamuno era un hombre eminentemente público. Un hombre de “todos”. Podría entendérsele u odiársele, pero su figura y su influencia en las masas era innegable.  Su andar cotidiano, su pasear bajo los soportales de la amplísima plaza mayor de Salamanca, con el tenue sol de un ocaso castellano, atraían hacia él como pegajosas moscas, estudiantes, maestros, políticos y toda clase de intelectuales. Don Miguel era crítico, muy severo, pero gustaba por su franqueza, por sus irónicos retazos del saber… Era un hombre de espontánea sinceridad. Se le veía por las calles, avenidas, plazas y claustros solo en muy pocas ocasiones. Sus oyentes eran siempre numerosos… Pero este hombre incansable y luchador, tan ávido al parecer del contacto humano; ese sabio ilustre, paradójicamente, como un gran contrasentido de su vida, se sentía dramáticamente solo. No en balde confesaría está angustia en un libro al que habría de titular precisamente: “Soledad”. En sus páginas encontramos como un gran intento de don Miguel de volcarse valientemente hacia afuera, pero trágicamente expresa: “Es tan y tan triste el aislamiento en que vivimos, que hay espíritus que han llegado a figurarse que están solos en el mundo y que todos los demás hombres con quienes vive no son más que dermatoesqueletos vacíos que por extraña magia se mueven”. Luego, en otra página y como concluyendo el pensamiento, añade:“Todos somos pobres, cangrejos, encerrados en dura costra”.

María Martínez Deyros, de la Universidad de Valladolid, en su Soledad” de Miguel de Unamuno: Edición de un Soneto Inédito, nos dice: La soledad se revela como un concepto clave en el pensamiento unamuniano. De forma recurrente aparecerá a lo largo de toda su obra: en sus ensayos, novelas, obras de teatro y también en su poesía”.

He escogido a Unamuno, del libro de mi padre, porque siempre, desde mis primeros años de estudiante en la Universidad de Barcelona, me interesaba su pensamiento y sus obras y, también, porque era un agnóstico especial, interesado en lo espiritual, pero sobre todo (pensaba yo) en su soledad. Con los años he ido pensando que me hubiera gustado saber qué cosas en su vida dieron a luz a esos sentimientos de soledad infinita. ¿Cómo fue su vida familiar? ¿Cómo fue su infancia? ¿Cómo vivió la vejez?

No podemos entrar en todo eso, pero sólo mencionar que él fue el tercer hijo y primer varón de una familia muy numerosa. Nació en 1864 después de la muerte de su hermana segunda y todavía no había cumplido los seis años cuando quedó huérfano de padre, por enfermedad de “tisis pulmonar”. ¿Qué soledad habría quedado en aquella casa? No sé contestar, pero hay muchas familias con soledad infinita después de la muerte de uno de sus miembros. Y, desgraciadamente, muchas veces, esa soledad parece perpetuarse inundando todas las estancias de una casa con silencios de duelos inacabados y que no podemos juzgar ni imaginar lo que ocurre en los miembros que quedan entre esas cuatro paredes, porque los ambientes se tiñen de emociones que cuesta mucho borrar.

Unamuno vivió también la Tercera Guerra Carlista, esta experiencia de guerra civil marcó su tránsito de la infancia a la adolescencia. Corriendo los años y ya en 1936, habiendo pasado como profesor por la “enseñanza universitaria” (con mayúscula) y por muchísimos cargos y honores pero también por decepciones, vivió la Guerra Civil española y se cuenta que incluso visitó a Franco para pedirle clemencia, inútilmente, por sus amigos presos. Unamuno fue destituido como rector universitario por el mismo Franco. Los últimos días de su vida los pasó en arresto domiciliario (de octubre a Diciembre del 36) en un estado de resignación, desolación, desesperación y soledad (en palabras de García de Cortázar).

Cuántas familias también han quedado absolutamente solas después de experiencias muy traumáticas de guerras o catástrofes de las que nunca se han recuperado del todo. Aún hoy tenemos entre nosotros familias de supervivientes de nuestra terrible guerra o de la Segunda Guerra Mundial. Familias que tuvieron que “enclaustrarse”, huir y a veces, morir aunque siguieran viviendo en una soledad terrible.

Me gustaría hacer una llamada de atención hacia las generaciones más jóvenes que conviven con las personas que aún están entre nosotros y que han pasado por esos horrores terribles y rogar que tuvieran mucho más en cuenta a esos ancianos, al pensar en la soledad, en la que ha quedado su alma, en todos estos años, en los que han sobrevivido en nuestras familias. Los abuelos, los bisabuelos, que vivieron la soledad infinita de aquellas casas arruinadas, sin esperanzas, sin los seres queridos que ya no estaban, ¡sin tener nada! ¡Sólo la nada más espantosa de la soledad!

Por eso me hubiera gustado mucho hacer un estudio detallado de las reacciones familiares, en la casa del famoso profesor de la Universidad de Salamanca, que marcaron la soledad de sus años posteriores y podrían servirnos de ejemplo para cuidar mejor a los que aún nos quedan en nuestras familias.

Deberíamos hacer un énfasis especial en las familias con traumas como los expuestos arriba y ser “Hijos de Consolación”, no pasando nunca del dolor que genera la soledad no buscada. Un anuncio para las iglesias locales de hoy podría ser: “Se necesitan Bernabés para consolar a las muchas familias que viven a nuestro lado sumergidos en su soledad”

Mi padre menciona también en el libro citado: “Con el Mundo a Cuestas” que Oriana Fallaci, “valiente corresponsal de guerra, recorrió la antigua Indochina para llevar al mundo la horrible real imagen de una guerra tan cruel como injusta y descubrió a millones de personas el secreto de un ser que apareciendo siempre sonriente y afable, y que era llamado el hombre más famoso de Vietnam del Sur.

La entrevista fue con el joven Nguyen Cao Ky, presidente de aquella República y reveló el grave y escondido drama de este personaje. Decía así: “El que ha sido llamado el “Privilegiado de Asia”, el rector de la política de un pueblo, el piloto insigne de alas doradas sobre su pecho, que cuelga además honrosas condecoraciones, había descubierto su gran paradoja: Estaba solo. Cao Ky confesó a la ilustre periodista momentos antes de despedirse: “Mire, yo soy un hombre solo, extraordinariamente solo. Me ocurre alguna vez hablar con alguien que de veras me escuche. Si esto sucede me siento feliz porque me siento un poco menos solo”. Quizás por eso Fallaci dijera que este singular hombre rara vez sonríe y siempre parece enfadado, te mira distraido de tal forma que parece que ni siquiera te ve y no hace nada por solicitar tu simpatía, tu interés o tu comprensión. No le interesa. No admira a nadie y respeta a muy pocos. Indudablemente, la clave de estas formas de actuar está en esa aterradora palabra: “Soledad”.

¡Cuántas personas, que consideramos importantes en el mundo, no se han sentido escuchadas de verdad!

No sé lo que pudo ocurrir en la familia de Cao Ky pero, obviamente, es doloroso pensar que nadie le escuchaba de verdad. Desgraciadamente, cuando se vive en un contexto en el que no hay comunicación desde el corazón, eso va a pasar factura en modo de soledad. Los niños, ya lo dijimos en su momento, necesitan ser amados, escuchados, valorados y  tener un sentido de pertenecer a ese colectivo, en el que se le tiene en cuenta y se le escucha por lo que es, como parte del invento más importante que existe: El grupo familiar.

Mi padre también escribió algo sobre Dale Carnegie, conocido autor de libros populares y que en su obra “Cómo Suprimir las Preocupaciones” dijo: “Cuando no estamos ocupados, nuestros espíritus tienden a convertirse en un vacío” (expresión elocuente de la soledad).

Este autor, después, como tratando de encontrar una solución para ese problema, agrega: “La persona preocupada debe perderse en la acción, si no quiere marchitarse en la desesperación”

Pero yo me pregunto: ¿Le faltaba trabajo a Unamuno o carecía de circunstancias “distrayentes” Cao Ky?

La multitarea a la que nos sometemos todos los días en nuestras familias, en nuestro siglo XXI, solo ha agravado el problema de la soledad. El hombre y la mujer siguen siendo los mismos, pero en las familias sigue habiendo individuos a los que nadie escucha, ni mira, ni les interesa…Nos mezclamos con los demás pero estamos desgraciadamente solos. Las casas no son hogares, han pasado a ser pensiones en las que cada uno vive aislado y en la peor de las soledades que es la soledad en compañía.

Hoy, además, la soledad se agrava porque nos hemos olvidado de que mucho más allá de las pantallas hay un mundo en el que vivir con otros. Creo que es pertinente que hagamos aquí una llamada de atención a los efectos en los sentimientos de soledad de los miembros de las familias que están absolutamente enganchados al mundo digital.

Hemos visto en este artículo, que en otros tiempos y en otras latitudes ha habido otras formas que han agravado el problema de la soledad en las familias, pero hoy, lo que realmente “se lleva la palma”, es que la inmensa mayoría de los miembros de nuestra sociedad occidental viven esclavizados por las pantallas.

El estrés que nos genera tener que vivir continuamente con los dispositivos móviles cerca, como nuestra compañía casi de forma perenne, es brutal y genera ansiedad generalizada y como expone el profesor de Psicología Social de la UFV, Álvaro Fernández Moreno, “La ansiedad es sólo la parte del iceberg que sustenta la falta de sentido a la vida” y tenemos que preguntarnos: ¿Cuántas veces esa falta de sentido tiene un origen muy precoz en el seno de las familias que ni se comunican, ni se expresan afecto y que viven cada uno en su “celda”, con sus mundos y relaciones on-line respectivas, formando islas rodeadas por mares diversos que nunca se llegan a juntar?

Creo que de momento aún no somos plenamente conscientes de las amenazas que esas pantallas representan para el sentimiento de soledad en nuestro hogar y para cada miembro de la familia de forma individual. Obviamente, las nuevas tecnologías tienen su parte positiva, pero el uso que estamos haciendo del mundo digital ya nos está pasando una alta factura a todos los niveles.

Los expertos nos informan que más del 80% de las personas, sobre todo los jóvenes, presentan nomofobia, que es el miedo irracional a no tener el móvil cerca. Diríamos que casi está sustituyendo a la “ansiedad de separación” que antes era normal a ciertas edades cuando los niños se separaban de los padres por unas horas o un tiempo. Ahora echamos más de menos las pantallas y las pantallitas que a las personas.

Últimamente están siendo traídos a las consultas de los Psicólogos, jóvenes, ya en la veintena o aún mayores, que no se relacionan para nada con la familia, no salen de sus habitaciones para comer ni, por supuesto, para hablar con nadie, pero cuando se les pregunta si tienen amigos contestan que sí, que se cuentan por cientos. Esa respuesta ya nos da la información para saber que son sólo relaciones on-line porque ellos mismos explican que nunca se han visto, en persona, con esos centenares de “amigos”. Digo “nos los traen” porque son normalmente los padres, especialmente las madres, que ya muy asustadas recurren a un profesional. Pero los que son “traídos”, no ven ninguna necesidad de estar delante de un psicólogo porque él/ella, hacen lo mismo que la mayoría de las personas de su generación. Algunos de ellos me explican que en una pequeña habitación tienen tres pantallas de televisión, un iPad (tableta), el ordenador y el móvil…¡No creo que haya mayor soledad! Pero ya la “anestesia” de la luz azul, el sonido y el autoengaño hacen creer que todo está bien. ¡Qué desgracia más grande! Y ¡Qué soledad más increíble!

En cuanto a la luz azul hemos de comunicar que es una luz de onda corta, que simula la luz del sol, y que cuando se utilizan, estos aparatos, antes de dormir el cerebro cree que aún es de día y no segrega melatonina. Además esta luz estimula unos circuitos neurológicos que generan gran adicción y bajan la capacidad de atención y concentración al día siguiente. No es de extrañar pues tanto fracaso escolar, cuando nuestros jóvenes se pasan la noche o hasta altas horas de la madrugada, chateando con el móvil.

Los casos que nos llegan hoy de aislamiento, soledad y adicciones a las nuevas tecnologías van en aumento y superan ya otras psicopatologías. Los “likes” han sustituido la valoración familiar. Es una nueva droga que nos está aislando y haciendo mucho daño no solo psicológico, sino también físico (cambios cerebrales en tamaño conectividad y funciones).

Me gustaría para terminar dar unos consejos a las familias en cuanto a este tema:

1. Los padres deben tener las cosas muy claras y empezarlas a implementar desde la cuna. Los bebés necesitan la voz de sus mamás y otros familiares, no los sonidos o músicas de un iPhone.

2. No tengas miedo a ser diferente. Di “no” a un móvil cuando es demasiado pronto, aunque todos los demás papás digan “sí”. Lo ideal es entregar el móvil cuanto más tarde, mejor.

3. Cuando ya tengan móvil, controla las horas y los contenidos. Algunas personas no están de acuerdo con el “control parental” pero creo que éste debe existir hasta que el adolescente o el joven tengan muy interiorizados los valores que deben seguir. Hay que recordar que se empieza a ver pornografía entre los 8/9 y 12 años, edad demasiado temprana para visualizar cosas inadecuadas y horribles que pueden afectar su cerebro y sus conductas.

4. No permitas pantallas en el dormitorio. Ese lugar es para dormir.

5. Los padres deben ser modelos en el uso de las nuevas tecnologías. Es imposible que los hijos no se adicionen si ven a los padres, a toda hora, con los móviles.

6. Juega, haz ejercicio, manualidades, paseos…con ellos

7. Lee, lee, lee…Los libros tienen que estar muy presentes en las casas e intentar entusiasmarlos  con las historias escritas, los dibujos de cuentos….Léeles también antes de dormir.

8. Sentaros a comer juntos desde que son muy pequeños. Cuando crecen ya no hay forma de que quieran estar en la mesa y hablar juntos…Esto es también un aprendizaje.

9. La casa familiar ha de ser un lugar de acogida y de reunión con otras familias, pero incorporando a los más pequeños al grupo para que ellos no se encierren con los amigos y los juegos en las pantallas. Sería bueno recuperar las excursiones al aire libre con otros grupos familiares.

10. Que en vuestra casa ninguno de sus habitantes se encuentre solo, desde los pequeños a los más ancianos. Valdría la pena recordar el artículo de la soledad en la vejez, recientemente publicado.

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