La Redención
Por : Daniel Pujol
INTRODUCCIÓN
La definición que del vocablo nos da el diccionario de la RAE nos presenta los términos básicos que interesan para este estudio:
Redimir: Rescatar o sacar de la esclavitud al cautivo mediante precio, de donde redención es el acto de redimir.
Es indudable que el concepto es plenamente comprensible en el contexto de una sociedad en el que la esclavitud fuera una práctica corriente. El pueblo de Israel vivió en sus propias carnes esta lamentable situación, de aquí que los términos básicos de la definición empecemos a encontrarlos ya en el libro del Éxodo. En tiempos del Imperio Romano, la esclavitud estaba al orden del día, por lo que, en los primeros siglos de nuestra era, el uso del concepto aplicado al estado espiritual del ser humano en relación al pecado fuera fácilmente comprensible para los lectores de los escritos del Nuevo Testamento.
CONTEXTO DE ISRAEL
La liberación
Cuatro siglos después que sus antepasados emigraran a Egipto, los israelitas se encontraban esclavizados por los egipcios, los cuales los tenían sometidos, no solo a duros trabajos, sino además a un severo control de la población (ver Éxodo capítulo 1). Llegó un día en que “murió el rey de Egipto, y los hijos de Israel gemían a causa de la servidumbre, y clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos con motivo de su servidumbre. Y oyó Dios el gemido de ellos, y se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob” (Éxodo 2:23-24).
El Señor comisionó a Moisés para que fuera a hablar con el Faraón a fin de que dejara ir de su tierra a los hijos de Israel. Cuando a raíz de la primera comparecencia de Moisés y Aarón ante Faraón, éste endureció el trato hacia los israelitas, Moisés presentó su queja al Señor, y Yahvé le respondió: “Ahora verás lo que yo haré a Faraón; porque con mano fuerte los dejará ir… Por tanto, dirás a los hijos de Israel: Yo soy Yahvé; y yo os sacaré de debajo de las tareas pesadas de Egipto, y os libraré de su servidumbre, y os redimiré con brazo extendido y con juicios grandes; y os tomaré por mi pueblo y seré vuestro Dios…” (Éxodo 6:1-8). Alrededor del término redimir aparecen ya los conceptos relacionados con el mismo que forman parte de la definición: servidumbre y liberación. Se menciona el poder con que se efectuará la liberación, y falta el concepto de precio del rescate. También se menciona algo que no aparece explícitamente en la definición del diccionario, pero que en lo que nos ocupa es muy importante: la situación en que queda el redimido. El propósito de Dios respecto a Israel es que los redimidos pasarán a ser su pueblo, y Él será su Dios.
Hay algo más que no aparece en la definición del diccionario y que es fundamental en la Escritura cuando se trata de la redención: es el precio relacionado con una víctima. El precio para aquella liberación sería la vida de todos los primogénitos de la tierra de Egipto: “Morirá todo primogénito en tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sienta en su trono, hasta el primogénito de la sierva que está tras el molino, y todo primogénito de las bestias” (Éxodo 11:5). Del lado de los egipcios este sería un acto de juicio de Dios sobre ellos. Pero para los israelitas Dios proveyó de una salida para lo que sería una nueva vida. El día determinado por el Señor, cada familia tenía que proveerse de un cordero. “El animal será sin defecto, macho de un año… el día catorce de este mes –sería el primero de esta nueva vida- lo inmolará toda la congregación del pueblo de Israel… y tomarán de la sangre, y la pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas en que lo han de comer. Y aquella noche comerán la carne asada al fuego, y panes sin levadura; con hierbas amargas lo comerán” (Éxodo 12:5-8). Aquella sería la primera Pascua. La vida del cordero sacrificado sería el precio del rescate.
Partiendo de aquella sentencia, todo primogénito pertenecía al Señor. De aquí que, junto con las instrucciones para la celebración anual de la Pascua a fin de que no olvidaran la redención de que habían sido objeto, cuando ya gozaran de la liberación en la tierra de promisión que Dios les iba a dar, tendrían que dedicarle todo primogénito que les naciera. En el caso de animales propios para el sacrificio, éstos serían sacrificados a Yahvé. Cuando se tratara de primogénitos de entre los varones del pueblo o de animales machos no sacrificables, serían redimidos mediante el sacrificio de un cordero que ocuparía su lugar: “Cuando Yahvé te haya metido en la tierra del cananeo dedicarás a Yahvé todo aquel que abriere matriz, y asimismo todo primer nacido de tus animales. Todo primogénito de asno redimirás con un cordero. También redimirás al primogénito de tus hijos… Te será, pues, como una señal y por un memorial, por cuanto Yahvé nos sacó de Egipto con mano fuerte” (Éxodo 13:11-16). Así, cuando cada año celebraran la Pascua, recordarían la gran liberación de la que había sido beneficiario su pueblo. Además, cada vez que naciera un primogénito, tendrían que pensar a quién de hecho pertenecían, puesto que habían sido rescatados. Se cumplía de esta manera el gran objetivo de Dios: librar de la esclavitud a Israel y hacerlo su pueblo. (Posteriormente, Dios hizo que la tribu de Leví reemplazara a los primogénitos, si bien el concepto no cambió. Dijo Dios: “He aquí yo he tomado a los levitas en lugar de todos los primogénitos… Serán, pues míos los levitas. Porque mío es todo primogénito; desde el día el que yo hice morir todos los primogénitos en la tierra de Egipto, santifiqué para mí a todos los primogénitos en Israel… Yo Yahvé” (Números 3:11-13,44-45).
La vida en libertad
Pasados los años, una vez introducidos en la tierra prometida, y distribuida la misma entre las diferentes tribus, Josué, ya viejo, se despide del pueblo de Israel mediante un discurso en el que hace un resumen de lo que había sido la historia reciente y emplazándolo a que se definiera en cuanto a su relación con Dios. Les recuerda la historia de su pueblo desde Abraham, con especial mención de la liberación de Egipto y todo el éxodo por el desierto hasta la introducción a una tierra que recibían por heredad. “Ahora, pues, -sigue diciendo- temed a Yahvé, y servidle con integridad y en verdad, y quitad de entre vosotros los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres, y servid a Yahvé. Y si mal os parece servir a Yahvé, escogeos hoy a quien sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Yahvé. Entonces el pueblo respondió y dijo: Nunca tal acontezca, que dejemos a Yahvé para servir a otros dioses; porque Yahvé nuestro Dios es el que nos sacó de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre… y nos ha guardado por todo el camino… y arrojó de delante de nosotros a todos los pueblos; nosotros, pues, también serviremos a Yahvé, porque él es nuestro Dios. Entonces Josué dijo al pueblo: No podréis servir a Yahvé, porque él es Dios santo y Dios celoso; no sufrirá vuestras rebeliones y vuestros pecados. Si dejareis a Yahvé y sirviéreis a dioses ajenos, él se volverá y os hará mal, después que os ha hecho bien. El pueblo entonces dijo a Josué: No, sino que a Yahvé serviremos. Y Josué respondió al pueblo: Vosotros sois testigos contra vosotros mismos, de que habéis elegido a Yahvé para servirle. Y ellos respondieron: Testigos somos. Quitad, pues, ahora los dioses ajenos que están entre vosotros, e inclinad vuestro corazón a Yahvé. Y el pueblo respondió a Josué: A Yahvé nuestro Dios serviremos, y a su voz obedeceremos” (Josué 24:14-24). Queda claro que la redención que Dios obró a favor de Israel fue para liberarlo de la servidumbre a dioses que no eran dioses, y que tal liberación no consistió en dejarles libres para hacer según su antojo, sino que se trataba de que pasara al servicio del Dios verdadero.
Aproximadamente un siglo y medio después, tras haber sido ungido Saúl rey de Israel, Samuel se despedía de su pueblo también con un discurso en el que hacía un resumen de lo que había sido la historia de Israel, de cómo Dios lo había liberado de la esclavitud egipcia, de cómo reiteradamente se habían olvidado del compromiso que habían establecido con Dios en tiempos de Josué, y el Señor les había tenido que castigar en tiempos de los jueces. “Y ellos clamaron a Yahvé, y dijeron: Hemos pecado, porque hemos dejado a Yahvé y hemos servido a los baales y a Astarot; líbranos, pues, ahora de nuestros enemigos, y te serviremos.” Y Dios envió a los jueces y “os libró –dijo- de vuestros enemigos en derredor, y habitasteis seguros”. Y sigue diciendo Samuel: “Si temiereis a Yahvé y le sirviéreis, y oyereis su voz, y no fuereis rebeldes a la palabra de Yahvé, y si tanto vosotros como el rey que reina sobre vosotros servís a Yahvé vuestro Dios, haréis bien” (1 Samuel 12:10 a 14). Como vemos, Israel experimentó dos tipos de servicio antagónicos. El uno, a los falsos dioses o ídolos, bajo opresión; el otro, el servicio al Dios vivo, en régimen de libertad.
El pariente cercano
Desde un principio Dios se había comprometido con su pueblo. No obstante, a algunos les podría alcanzar la crisis; a fin de evitar que ésta tuviera consecuencias irreversibles para la tierra que Dios había distribuido a cada tribu les prescribió por mano de Moisés lo siguiente: “Cuando tu hermano empobreciere, y vendiere algo de su posesión, entonces su pariente más próximo vendrá y rescatará lo que su hermano hubiera vendido” (Levítico 25:25). Peor aún, si a causa de la crisis alguno de ellos se viera obligado a venderse como esclavo: “Si el forastero o el extranjero que está contigo se enriqueciere, y tu hermano que está junto a él empobreciere, y se vendiere al forastero o extranjero, después que se hubiere vendido, podrá ser rescatado; uno de sus hermanos lo rescatará. O su tío o el hijo de su tío lo rescatará, o un pariente cercano de su familia lo rescatará; o si sus medios alcanzaren, él mismo se rescatará” (Levítico 25:47-49). Aparece aquí la figura del pariente cercano (en hebreo goel), cuyo papel queda muy bien representado en la hermosa historia de Rut.
Siglos después que el Señor diera estas instrucciones al pueblo, cuando los judíos volvieron del exilio al que habían sido sometidos, Nehemías tuvo que enfrentar una situación crítica. Muchos judíos se encontraban en medio de una fuerte crisis económica, hasta el punto que para poder sobrevivir habían tenido que empeñar sus tierras, viñas y casas. Incluso se habían visto forzados a dar sus hijos en servidumbre: “he aquí que nosotros dimos nuestros hijos y nuestras hijas a servidumbre, y algunas de nuestras hijas lo están ya, y no tenemos posibilidad de rescatarlas, porque nuestras tierras y nuestras viñas son de otros.” Nehemías se enojó mucho, y tras meditarlo, reprendió a los nobles y oficiales con estas palabras: “¿Exigís interés cada uno a vuestros hermanos?… Nosotros según nuestras posibilidades rescatamos a nuestros hermanos judíos que habían sido vendidos a las naciones; ¿y vosotros vendéis aun a vuestro hermanos y serán vendidos a nosotros?” (Nehemías 5:1 a 13). Este episodio nos muestra con cierto dramatismo la tragedia que supone estar sometido a esclavitud y el valor de un rescate.
Lo visto hasta aquí nos prepara para considerar lo que Dios ha hecho por nosotros redimiéndonos de una esclavitud mucho más seria como es la del pecado, debiendo pagar un precio mucho más elevado, todo lo cual veremos con detalle en el artículo siguiente.