Hacia la otra orilla

Seguimos navegando en las aguas revueltas de este mar de pandemia, ola tras ola. En el momento de escribir estas líneas, parece que la tercera de las olas amaina un poco, pero también que tardaremos más de lo deseado en ver la mar en calma y llegar a buen puerto. Vemos que nuestros líderes han contribuido en ocasiones a la confusión, enviando ambiguos mensajes en los que se confunden el deseo y la necesidad con la verdad.  Lo mismo ocurre en ese cacareo mundial en el que a veces se convierten las redes sociales, donde cada cual graba su vídeo disfrazado de erudición o emite su tuit contribuyendo a la cultura de la queja, la desesperanza y la ira, tan destructivas siempre, ahondando aún más en la crisis de la verdad en la que estamos inmersos hace mucho tiempo. En fin, no es fácil marcar el rumbo de travesías para las que no existen cartas de navegación bien definidas.  Por eso, entre otras cosas, los cristianos oramos por quienes están al frente, tanto de la micro como de la macro gestión, independientemente del color político, con el fin de que haya paz, tranquilidad, y se provea de un entorno en el que podamos vivir la vida que Dios quiere, de manera digna.[1]  Al inicio de esta crisis de salud, nosotros, los cristianos, nos llevamos, como todos,  el susto inicial, hace aproximadamente un año  y nos quedamos un tanto paralizados, buscando delante del Señor la manera de seguir fieles a su llamado en medio de la adversidad del momento. En esta revista ya nos hemos hecho eco de muchos de los aspectos que han requerido adaptación, procurando ser de ayuda en este sentido. Pero tras el susto y la adaptación en clave interna, hemos de levantarnos y seguir. Hay mucho que hacer en medio de esta generación. “Oración”, podría ser una buena propuesta. Orar y actuar guiados por el Espíritu Santo, conforme a su Palabra. La misión de la iglesia sigue siendo adorar a Dios, crecer en Él siendo edificados mutuamente, y ser sal y luz en medio de un mundo necesitado, implicándonos de todas las maneras posibles en compartir y encarnar el mensaje del evangelio en nuestra Jerusalén y hasta la última tribu de la tierra, digan lo que digan los antropólogos.  Al fin y al cabo, “la iglesia es el cuerpo de Cristo, la plenitud de aquel que todo lo llena…”[2]  ¿Cómo sabrán nuestros conciudadanos que Cristo vive? No, en primer término, porque seamos hábiles en el manejo de una apologética restringida a la dialéctica verbal. Ni tan siquiera por ser maestros en el uso de las redes sociales. No. Sabrán que Cristo vive cuando lo vean en nosotros, tanto individual como corporativamente, como iglesias coherentes. El cuerpo de Cristo en acción. Por eso vemos que la estrategia evangelística en el Nuevo Testamento era fundar iglesias locales, porque cuando son fieles al llamado, se verá que Cristo está presente en ese entorno. Él nos puede ayudar a ir en Su nombre. Ser, de alguna manera, sus manos, sus pies, su voz. De hecho, él nos envía a los demás como el Padre le envió.[3] El que brillemos con su luz, que seamos luminares,  tiene mucho que ver con que nuestro estilo no sea el habitual en el mundo: murmuración y la discusión continua, como Dios nos recuerda en su Palabra.[4] Por eso es imprescindible que le pidamos al Señor que nos capacite para servir como él nos sirvió, ya sea que algunos lo hagan con el EPI[5] puesto u otros lo hagan llenando de sentido cristiano la cotidianidad esperanzada en su vida diaria. Nos rodea el sufrimiento como hacía tiempo que no conocíamos en este país. Ahí tenemos el dolor, la ira, la frustración, la pérdida, la incertidumbre, la irresponsabilidad de algunos que, pese al clamor de los médicos intensivistas que decían estar saturados, no guardaban ninguna de las medidas de seguridad. Decididamente ajenos al riesgo, como cuando predicamos el evangelio y la respuesta es de calculada indiferencia u oposición, como si no fuera con ellos… Pues sigue siendo hora de ser canales del amor de Dios a un mundo muy necesitado, y ser portadores de esperanza, ajustados los cinturones de seguridad en este barco que se mueve, tranquilos, porque en las travesías difíciles, si él está en la barca, seguiremos achicando el agua bien agarrados, sabiendo que el viento y el mar, que nos dan de lleno en la cara, no van a soplar más fuerte de lo que Jesús permita, sin olvidar, como nos suele pasar y les sucedió a los apóstoles, que Jesús había dicho: “pasemos al otro lado”. Y si él lo dice, será. Llegaremos a la otra orilla a su tiempo.

[1] 1 Timoteo 2:2

[2] Efesios 1:23

[3] Juan 20:20

[4] Filipenses 2:14-15

[5] EPI: Equipo de Protección Individual, que los sanitarios usan para protegerse del contacto de la COVID