El relevo generacional

Jack Sharp – Unsplash

Por : Jaime Ardiaca

Lo que has oído de mí en la presencia de muchos testigos, eso encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” – 2 Tim.2:2

Llegará un día en que dejaré de ejercer la responsabilidad que ahora tengo en la iglesia, pero siempre habrá un lugar al que puedo ir: a mi Señor, mi familia, mis amigos y mis hermanos en Cristo. ¿Pero cuándo es el tiempo de hacerse a un lado para dejar paso a otras personas más jóvenes? Todos conocemos situaciones donde el hermano, sea diácono, obrero, anciano o pastor, ya no tiene la vitalidad ni el empuje que tenía cuando era más joven, pero a pesar de esto insiste en seguir adelante de la misma manera que lo hizo en el pasado. Esto produce una falta de visión y de oportunidades para los que vienen detrás y un freno para el avance del reino. El relevo generacional no solo tiene que ver con el obrero, anciano o pastor, sino con toda la congregación.

En 1 Samuel 17 hay una escena en la que David, siendo joven, obtuvo una gran victoria sobre el gigante Goliat. A esa victoria inicial de David se irían sumando una larga lista de proezas y conquistas en el campo de batalla. Pero más adelante, en 2 Samuel 21:6-7 encontramos una situación distinta, donde David ya no es el mismo, pues no tiene la fuerza ni la destreza que tenía antes. Aquí sus hombres lo defendieron, lo cuidaron y le exhortaron a no salir más al frente de batalla. David aceptó sus limitaciones y el consejo que le dieron, pues había llegado la hora de que otros hombres más jóvenes que él asumirían la responsabilidad de velar por la seguridad del pueblo. ¡Era el momento de la transición!

En el libro de Números 27:16-20 Moisés había llevado al pueblo hasta las puertas de la tierra prometida. Su misión había terminado. Su sucesor Josué tenía por delante otra importante tarea, como era guiar al pueblo hacia la conquista. Como confirmación pública de este relevo generacional, guiada por el Espíritu, Moisés debía poner su mano sobre su sucesor y trasladarle este encargo. Vemos aquí una sencilla ceremonia pública en la cual se traspasa la tarea de una generación a otra. Esto no podía hacerse en privado, pues el pueblo debía ser testigo del respaldo que Moisés le daba a Josué al ver como este nuevo líder surgía con su pleno apoyo e identificación y el de todos los demás líderes. Josué representa la nueva generación que estaba destinada a entrar en la tierra prometida. La narración describe al antiguo siervo/líder que se va, como al nuevo que emerge y expone las características ideales de todo siervo/líder, sea joven o mayor.

Cuando el Señor eligió al sucesor de Moisés no escogió una versión idéntica del antiguo siervo/líder. El nuevo proyecto y el nuevo tiempo necesitaba a alguien con dones diferentes. Dios le dijo a Moisés que Josué era “un hombre en quién está el Espíritu” (v.18). Josué enfrentaría un nuevo reto: la conquista de Canaán y el asentamiento de Israel en una nueva tierra. Vemos así como el Señor ha estructurado la vida humana por generaciones. Una más joven surge y recibe su formación de la anterior. La nueva generación examina y evalúa lo que otros le dejaron. Conserva algunas cosas, descarta otras y deja el resto en espera. Cada generación necesita descubrir y capacitar a nuevos siervos/líderes, no solo para cubrir las necesidades del presente sino también para prepararse frente a los retos y cambios futuros.

Mi mayor ministerio está reservado para los próximos años, según aprendo de la vida de Pablo, Moisés o el rey David. Llegó un momento donde éste último comenzó a almacenar oro y materiales de construcción para que su hijo Salomón pudiera edificar el templo. Tuvo que cambiar su manera de pensar y aprender a enseñar más y hacer menos. Su mayor contribución sería guiar a otros a su mayor potencial, más que realizarlo de forma personal. Todo esto es aplicable al relevo pastoral y al ministerio en general, cualquiera que sea la tarea que estemos realizando.

  1. Las transiciones son parte del plan de Dios para la vida de los personas y las iglesias

  2. Los relevos generacionales son vitales para la continuidad de la congregación

  3. Los cambios son necesarios para renovar y emprender nuevos proyectos

  4. Debemos estar dispuestos a ceder nuestra autoridad a otros

  5. La iglesia es del Señor y no de los hombres. Nadie es imprescindible

  6. Todos los siervos/líderes deben preparar a otros, tomando en cuenta ciertas características (2 Tim.2:2; 1 Tim.3:1-13; Tit.1:5-9; Ex.18:21; Hechos 6:3)

  7. Los procesos de transición deben ser realizados con una adecuada planificación:

  • Iniciar con un proceso de oración y búsqueda de la voluntad y la paz del Señor.

  • Incluir a un círculo de colaboradores más cercanos para la toma de decisiones.

  • Definir un cronograma adecuado a la realidad de cada asamblea.

  • Comunicar el proceso de manera progresiva a los diferentes sectores de la iglesia.

  • Realizar la transición de manera gradual, delegando responsabilidades.

  • Apoyar a los nuevos siervos/líderes que entran.

  • Dar una despedida honrosa a los siervos/líderes que salen.

  • Establecer un vínculo permanente con el hermano o Anciano saliente, para que siga aportando a la iglesia su experiencia y sabiduría.

Lo más que se acerca al tema de la jubilación lo vemos en Números 8:25-26: “los levitas cesarán en sus funciones y se jubilarán cuando cumplan los cincuenta” (v.25). Dado que transportar los muebles del tabernáculo era un trabajo físico duro, más tarde se les ordenó a los levitas que “ministraran a sus hermanos en la tienda de reunión” (v.26), un indicio de que Dios no tenía la intención de que nuestro trabajo se detuviera por completo, sino que se transformara y madurara con la edad. Una imagen bíblica de la jubilación no es de heroísmo, ni hedonismo, sino de escuchar la voz de Dios y responder con amor para compartir experiencia y sabiduría con la siguiente generación. Es una vida de servicio, apuntando más hacia el Siervo a cuya imagen estamos hechos. El vivió una vida entregada al Padre y con una clara vocación de servicio, pues “el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir…..” (Mr.10:45).

Lo que la iglesia necesita va más allá de nuevos métodos o formas de hacer las cosas. Necesita nuevos hombres y mujeres llamados por Dios y formados en el seno de la iglesia local, con hambre y sed de su Palabra y amor por las personas. Hombres íntegros y entregados, abiertos al aprendizaje y al cambio, porque la única forma de evitar que el fuego se apague cuando se extingue una antorcha, es que ésta haya encendido a muchas más. Hay que formar equipo, inyectando en cada hermano la pasión que a nosotros nos consume por amor a Cristo y el evangelio. No existe una espiritualidad sin comunidad y debemos tener discernimiento para liderar las tres dimensiones de la iglesia local: honrar el pasado, administrar el presente y preparar el futuro. Mi oración: Señor, permíteme envejecer con gracia y dame un espíritu generoso para pasar la antorcha y ceder con alegría el lugar a los que han crecido a mi lado.

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