¿Salvos por gracia soberana, o por determinismo divino?

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Por: Timoteo Glasscock.

Elección y predestinación en Romanos 8-11.

Un texto para leer en su contexto.

  • Estos capítulos hablan de temas como la elección, la presciencia, la predestinación, la soberanía de Dios y la responsabilidad humana.

  • El contexto es el desarrollo del argumento del apóstol Pablo y su defensa del principio de la justificación por la fe en Cristo crucificado, y no por las obras de la ley.

    • Encontramos en Romanos 6:1 una primera objeción a la enseñanza del apóstol: su doctrina de la gracia de Dios abre la puerta a continuar en el pecado; la respuesta de Pablo se basa en su enseñanza sobre la santificación del creyente y su glorificación (Ro. 6:2-8:39).

    • Una segunda objeción tiene que ver con la nación de Israel: según la enseñanza del apóstol, Israel, la nación escogida por Dios como su especial tesoro entre todas las naciones, queda marginada en un evangelio que extiende la salvación a todos los pueblos. ¿Qué pasa con Israel?

  • Los capítulos 9-11 contestan esta objeción y explican los planes de Dios para Israel, su elección para la misión de ser luz a las naciones, su fracaso, su exclusión y su restauración futura.

  • Estos capítulos no están enfocados en una elección individual para salvación, sino en la elección corporativa de Israel para servir a Dios y realizar una misión de testimonio, y hablan de los propósitos de Dios para Israel tanto en el presente como en el futuro.

  • El capítulo 9 comienza con la profundo tristeza del apóstol ante la incredulidad de sus “hermanos” judíos (en un sentido étnico, no espiritual); quiere explicar cómo ha ocurrido. y cuáles son las consecuencias.

  • Antes (8:29), Pablo ha hablado de los privilegios gloriosos de los creyentes en Cristo: Dios ha fijado su destino de antemano, para que sean transformados en la semejanza de Cristo (no para crean para salvación). Ante estas realidades maravillosas, ¿por qué no ha creído Israel?

  • Pablo explica por qué Israel como nación ha dado la espalda a su Mesías: no todos los judíos étnicos son parte del genuino pueblo espiritual de Dios (9:6-8); el rechazo de Jesús no significa que la Palabra de Dios haya fallado.

  • Los casos de Abraham y de Isaac (7-13) demuestran que la elección entre dos hijos (Isaac/Ismael y Jacob/Esaú) tiene que ver con el papel de cada uno en la historia y con la misión que les fue encomendado por Dios, no con su salvación personal; tanto Ismael como Esaú también reciben la bendición, pero Dios tiene una misión específica para Isaac y Jacob. La elección de Israel como nación no ha sido para salvación sino para misión; no hay referencia alguna a una predestinación doble a la salvación o a la condenación. El tema no es la salvación, sino el servicio.

  • La justicia de Dios (14-16): la cita del AT que utiliza Pablo viene en el contexto de la rebeldía de Israel en el incidente del becerro de oro: Dios amenaza con destruir al pueblo, Moisés intercede y Dios muestra su compasión. Es una demostración de misericordia por completo inmerecida, aunque en el contexto de la muerte de los impenitentes a mano de los hijos de Leví, celosos por el Señor. La intercesión de Moisés y el arrepentimiento del pueblo son factores en la demostración de la misericordia de Dios. Más tarde, prácticamente toda aquella generación murió en el desierto por causa de su incredulidad (Hebreos 3:16-4:2).

  • Israel y Egipto. ¿La historia del Éxodo demuestra que Dios determinó que, aunque ambas naciones se rebelaron contra Él, Israel sería objeto de su misericordia y perdón, y Egipto objeto de su condenación y destrucción? ¿La voluntad de Dios es tanto incondicional como irresistible? Pablo afirma que no hay injusticia en Dios (v. 14). ¿Cómo se combinaría su justicia con su voluntad irresistible (v. 19)? El problema moral es que, si la voluntad de Dios es irresistible, cada uno hace lo que ha sido programado a hacer, y no hay base para la condenación. ¿Cómo puede Dios juzgarme por hacer algo que Él determinó que hiciera? La respuesta parece ser que la voluntad de Dios no es irresistible (Mateo 23:37; Hechos 7:51-54).

  • El corazón endurecido de Faraón (17-19). Dios sabe de antemano lo que va a ocurrir en la historia de la humanidad, pero esto no implica que Él es la causa de todo lo que ocurre. En los capítulos 7-14 de Éxodo, se nos dice que Faraón endureció repetidas veces su corazón, y también que Dios endureció el corazón de Faraón, un hecho que señala tanto la soberanía de Dios como la responsabilidad del hombre ante Él. Es Faraón que inicialmente endurece su corazón ante la palabra de Dios de manera repetida. Llega un momento cuando Dios le dice que su paciencia se va agotando. Ha podido destruir a Faraón antes; su rebeldía empedernida la ha hecho merecedor de un juicio definitivo. Pero no ha tomado este paso justificado por cuanto tiene el propósito de manifestar su poder de manera aún más contundente, para testimonio a las demás naciones (9:15-16). Al rechazar la voluntad expresa de Dios, Faraón se ha preparado a sí mismo para destrucción (9:22). Ha llegado a un punto donde no hay vuelta atrás. Los dos factores de la paciencia de Dios para posibilitar el arrepentimiento, y de su justicia que exige finalmente el castigo del rebelde, se expresan de forma muy clara en 2 Pedro 3:9. Faraón tuvo la oportunidad de responder a la oferta de gracias contenida en la palabra de Dios, pero no la aprovechó, y al final Dios actúa en juicio. Ni la misericordia de Dios ni su acción en endurecer a Faraón son actos arbitrarios, sino una revelación tanto de su compasión como de su justicia.

  • El alfarero y el barro (20-21). A la luz de esta armonía perfecta en el carácter de Dios, ¿quiénes somos nosotros para discutir con Él acerca de su forma de proceder (v. 20)? Pablo ilustra su argumento con la analogía del alfarero y su labor. En Isaías 29:13-16, la misma imagen se usa para señalar que Dios discierne la hipocresía religiosa y juzgará a aquellos que la practican según su actitud hacia Él. En Jeremías 18:1-11, de nuevo se habla del alfarero y el barro, para señalar que el juicio de Dios y su perdón están condicionados por la disposición del barro (la nación de Israel) de arrepentirse de su pecado. Tanto Israel (en algunos momentos) como Nínive (Jonás 3) se arrepintieron de sus pecados y fueron perdonados; tanto Israel (en otros momentos) como Faraón no se arrepintieron, y cayeron bajo el juicio de Dios. La acción del alfarero no es arbitraria ni caprichosa.

  • Vasos de ira y vasos de misericordia (22-24). En el contexto, la frase “los vasos de ira preparados para destrucción” se refiere a Faraón y la nación de Egipto; la frase “los vasos de misericordia” preparados para gloria se refiere a Moisés y el pueblo de Israel. Dios quiso utilizar los unos y los otros para revelar su carácter justo y compasivo. Pero su decisión de emplear a unos para hacer notorio su ira y poder, y otros para revelar su compasión y gloria se hizo en base a la reacción de ellos ante su palabra. ¿Un vaso de ira puede llegar a ser un vaso de misericordia? Evidentemente sí: Rahab formaba parte de un pueblo que estaba bajo la ira y el juicio de Dios, pero por su fe llegó a ser un vaso de misericordia. Acán, por contraste, formaba parte de pueblo de Dios, pero por su rebeldía llegó a ser un vaso de ira. Incluso es acertado decir que, por nuestra condición de pecadores, todos somos “hijos de ira” (Efesios 2:3), pero por la gracia de Dios, y por medio de la fe en Cristo los creyentes hemos llegado a ser vasos de misericordia, muestras de “las sobreabundantes riquezas de su gracia por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Efesios 2:7). Como soberano, justo y compasivo, Dios usa a unos y otros para revelar su soberanía, su justicia y su misericordia al mundo, pero nunca de forma arbitraria, sino en base a nuestra respuesta a su oferta de gracia y perdón, como indica Romanos 2:3-5.

  • Judíos y gentiles (25-29). Los vasos de misericordia proceden no sólo del pueblo judío, sino también de las naciones gentiles, afirma el apóstol (9:24), citando a Oseas en apoyo de su argumento (25-26). La incredulidad de Israel ha conducido a la predicación del evangelio a los gentiles. La elección de Isaac y Jacob antes de Ismael y Esaú para la misión de ser el vehículo de bendición a todas las familias de la tierra no impide que los descendientes de éstos lleguen a formar parte del verdadero pueblo de Dios. Pero la incredulidad de la nación de Israel tampoco implica que Dios ha dado la espalda definitivamente a Israel. Siempre habrá un remanente fiel (27-29).

  • La culpabilidad de Israel (9:30-10:21). En esta sección de su carta, Pablo presenta una serie de argumentos contundentes para enfatizar que la marginación (el “tropiezo”) de Israel no es por otra razón sino su actitud incrédula hacia su Mesías. El apóstol enfatiza la realidad de la responsabilidad humana ante la oferta de la gracia divina.

    • Israel buscaba la justificación ante Dios, no por medio de la fe, sino en base a sus propias obras y méritos, lo que los llevó al tropiezo (9:30-33). Su desconocimiento de las enseñanzas de la Palabra de Dios los impulsó a intentar establecer su propia justicia y rechazar el camino de la justificación señalado por Dios, el mismo Señor Jesucristo (10:1-4).

    • Este desconocimiento del camino de la salvación en Cristo no fue un mensaje lejano, escondido, difícil de captar, sino cercano y claro; pudieron leerlo en las Escrituras y escucharlo en la predicación del evangelio. La posibilidad de responder con fe está abierta a todos (10:5-11).

    • La oferta de la salvación es universal, para todos, pero cada uno tiene la libertad de responder positivamente o no al evangelio: “todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo”, pero “no todos hicieron caso del evangelio” (10:12-16).

    • Así que es cierto que “la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo” (10:17), pero ninguno puede alegar que no ha tenido la oportunidad de oír, arrepentirse y creer para salvación, sobre todo cuando el mensaje resuena entre todas las naciones (18-20).

    • La triste realidad es que, por mucho que Dios extendiera constantemente sus manos de gracia hacia Israel, la nación le dio la espalda en desobediencia y rebeldía (21).

Toda esta argumentación indica que Israel fue responsable por su rechazo del Mesías, sin que hubiera una elección incondicional de Dios para salvación o para reprobación. Los judíos fueron responsables por resistir deliberadamente la gracia de Dios.

  • El futuro de Israel (11:1-36). ¿Ha desechado Dios a Israel definitivamente? ¿Hay un futuro para el pueblo de Israel? La respuesta de Pablo en este capítulo es afirmativa.

    • La historia demuestra que siempre quedaba, y quedará, un remanente fiel en el pueblo de Dios (10:21-11:6). Dios extendió sus manos en gracia a Israel, y aunque la nación en general rechazó su invitación, había, y hay, un remanente escogido por gracia que respondió.

    • Por contraste, la mayoría de la nación llegó a compartir la experiencia de Faraón: empeñados en no hacer caso de las evidencias que Dios aportaba de su gracia y bondad, terminaron con corazones endurecidos y ojos cegados (11:7-10), la consecuencia de su incredulidad (11:20).

    • Sin embargo, las bendiciones que disfrutan ahora los gentiles que han creído en Cristo no deben producir en ellos un espíritu de superioridad y arrogancia, primero porque el fracaso de Israel supone una riqueza de bendición para el mundo; segundo, porque Israel proveyó la raíz de la que se nutren las ramas gentiles; y tercero, porque Dios es severo con los que caen en la incredulidad (tanto judíos como gentiles), pero bondadoso hacia los que no permanecen en su incredulidad, sino que ponen su fe en Cristo (11:11-24). Las ramas desgajadas pueden volver a injertarse.

    • Por todo ello, Dios todavía tiene propósitos de gran bendición para Israel (11:25-32), y a la luz de esta realidad, no cabe otra reacción que asombro, alabanza y adoración al Dios de toda gracia y misericordia (11:33-36). ¡A Él sea toda la gloria!

La perseverancia de los santos.

Definición del concepto. “La perseverancia de los santos quiere decir que todos los que verdaderamente ha nacido de nuevo serán guardados por el poder de Dios y perseverarán como creyentes hasta el fin de sus vidas, y que sólo los que perseveran hasta el fin han nacido verdaderamente de nuevo” (Grudem, p. 828).

Dos preguntas. ¿Pueden los verdaderos creyentes perder la salvación? ¿Cómo podemos saber si en realidad hemos nacido de nuevo? En un mundo posmoderno el relativismo predominante afirma que en el campo de las convicciones nada es seguro. Según Benjamín Franklin, el filósofo y diplomático norteamericano, las únicas cosas seguras son la muerte y los impuestos. En la vida diaria, realizamos muchas acciones que no son plenamente seguras, pero cuyos factores de riesgo asumimos porque son mínimos. En el tema de la seguridad de la salvación, ¿dónde encontramos las bases para afirmar que un verdadero creyente en Cristo jamás pierde la salvación? Podría parecer que la doctrina reformada de la elección incondicional provee una respuesta a esta pregunta. Si Dios elige a ciertas personas para salvación sin otro criterio que su soberana voluntad, escogiendo a algunos y abandonando a otros, los escogidos pueden descansar en este acto soberano de Dios para tener la seguridad de que nunca esta salvación les será arrebatada. Pero surge otra pregunta: ¿cómo puedo saber que yo soy uno de los elegidos? Desde esta perspectiva, el que yo tenga la salvación no involucra ningún acto personal mío para recibirla. ¿Soy uno de los santos de Dios?

La voluntad de Dios. Lo cierto es que Dios quiere que sus hijos tengan una plena confianza en su poder para salvar, y por lo tanto una plena seguridad de su salvación eterna. El apóstol Juan señala que el testimonio de la Palabra de Dios se puede resumir en tres declaraciones (1 Juan 5:11-12):

  1. Dios nos ha dado vida eterna (en el contexto Juan se dirige a personas que han puesto su fe en Cristo como Salvador y aportan las evidencias de ser creyentes genuinos).

  2. Esta vida eterna se encuentra exclusivamente en su Hijo Jesucristo.

  3. El que tiene al Hijo (que cree en su nombre) tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios (que ha reaccionado con incredulidad ante Cristo) no tiene la vida.

A continuación, el apóstol afirma: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Juan 5:13). Todo el contenido de la carta tiene el propósito de confirmar a los verdaderos creyentes en su salvación.

Una convicción inamovible. A nivel personal, ¿cómo podemos tener la plena seguridad de estar dentro del colectivo de creyentes verdaderos que perseverarán hasta el fin (Marcos 13:13)?

  1. Asegurando que de verdad tenemos al Hijo porque hemos puesto nuestra fe y confianza en Él. ¿Quién es la persona que tiene la vida eterna? El que oye la palabra de Cristo, el evangelio, y pone su fe en Dios (Juan 5:24). La solidez de esta promesa de Cristo se enfatiza mediante la frase “En verdad, en verdad os digo…” Dios no miente (Tito 1:2), y las palabras de su promesa eterna son totalmente fidedignas, como reconoció Abraham (Romanos 4:20-25).

  2. Examinando los resultados prácticos de nuestra fe y las evidencias de la realidad de la salvación en nuestras vidas. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17), y esta transformación tiene que verse en la vida del que profesa haber crecido en Cristo. Para distinguir un creyente verdadero de uno que es falso, Juan aporta cuatro criterios prácticos en su primera carta: andar en luz (1 Juan 1:5-2:2); guardar los mandamientos de Dios (2:3-6); amar a los hermanos (2:7-11) y separarse del mundo (2:15-17), insistiendo en estos rasgos del comportamiento cristiano en el resto de su carta (véase también Mateo 7:20, 2 Timoteo 2:19 y Santiago 2:13-26). El creyente verdadero aporta evidencias claras en su conducta que avalan la realidad de que ha nacido de nuevo.

  3. Reconociendo el testimonio interno del Espíritu Santo (Romanos 8:15-16).

Casos cuestionables. Sin embargo, hay personas que profesan haber creído en Cristo, siguen integrados en una iglesia local durante un tiempo, y en algún momento se apartan y se alejan de la comunidad de los creyentes. ¿Es posible dejar de creer? ¿Esto significa que han perdido la salvación que en algún momento poseían? La Biblia afirma que Dios preserva al creyente genuino e impide que se pierda (Juan 10:27-29). A vez indica que la fe de la persona que hace una profesión de haber creído en Cristo y luego se aparta del evangelio nunca experimentó el nuevo nacimiento (Mateo 7:21-23; Juan 2:23-25; 8:31-59; Hebreos 6:4-8; 1 Juan 2:18-19). En la parábola del sembrador, Jesús habló de cuatro tipos de terreno, de los que dos aparentemente dieron señales iniciales de vida, pero cuyas raíces y frutos eran inexistentes. Sólo la semilla que cayó en una tierra en que pudo germinar, arraigarse y crecer produjo evidencia de una vida auténtica (Lucas 8:4-18).

Un resumen. Las Escrituras enseñan que un verdadero creyente en Cristo, cuya vida ofrece evidencias claras de la regeneración por medio de una transformación progresiva de su conducta (Fil 1:6), disfruta de una salvación que es eterna y permanente, y que esta persona, por la gracia de Dios, perseverará en su fe hasta llegar a la presencia celestial del Padre (Romanos 5:1-5; 8:31-39; 1 Pedro 1:3-9).

Y el Dios de toda gracia, que os llamó a su gloria eterna en Cristo, Él mismo os perfeccionará, afirmará, fortalecerá y establecerá. A Él sea el dominio por los siglos de los siglos. Amén” (1 Pedro 5:10-11).

Timoteo Glasscock.

Bibliografía.

Barnett, Paul: “The Message of 2 Corinthians”, IVP.

Grudem, Wayne: “Teología Sistemática”, Ed. Vida.

Lennox, John: “Determined to Believe?”, Monarch Books (Andamio publicará en breve una traducción al castellano).