No es bueno que el líder esté solo

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Por : Jorge Saguar

La soledad en el liderazgo.

El relato del Génesis advierte que, para la obra más valiosa del Creador, aquel que llevaba su imagen, no se halló compañía adecuada entre el resto de los seres que ya poblaban los hábitats de la tierra conocida.

Para Adán, el primer ser humano a imagen de Dios, con capacidad para percibir su existencia y proyectarse en el tiempo más allá del presente, con voluntad moral, inteligente como para frenar instintos y construir sociedad, era necesaria la compañía de un semejante que lo completase, “ayuda que le correspondiese”. Ese es el sentido de “ayuda idónea”, no un subordinado, como el resto de la creación, sino un colofón, un cierre. La Creación no había concluido sin la formación de la mujer, la compañera adecuada. Aquellos que iban a recibir el liderazgo de la creación, necesitaban ejercerlo en compañía (Gn. 2.19-20). De ahí que una de las realidades a tener en cuenta al preguntarse por la soledad del líder, sea esta afirmación del propio Creador: “no es bueno que el hombre esté solo”.

El más reconocido líder de la historia es Jesús de Nazaret. No hablamos de personas famosas, admirados sus relaciones, condición física, interpretación o creación artística. Hablamos de auténticos líderes, que influyen de forma decisiva en las vidas de otros hasta conseguir la adhesión voluntaria a su causa, su propósito.

Nadie como Jesucristo ha conseguido que su causa no pase al olvido en 20 siglos y que se declaren más personas sus seguidores, discípulos, amigos, siervos, adoradores o mártires, para alcanzar una meta común bajo su liderazgo (…” Id, pues, y haced discípulos de todas las etnias, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” … Mt. 28.18-19). Por mucho que busquemos en los libros de historia, las noticias actuales o en las redes sociales lo que realmente es un líder, no encontraremos a nadie como Jesús de Nazaret. Por eso, cuando nos proponemos reflexionar acerca de cualquier aspecto del liderazgo cristiano, deberíamos de tener muy presente el modelo de Cristo como líder humano, además de mirar muy de cerca la experiencia de patriarcas, reyes, profetas y los propios apóstoles, incluido Pablo con sus colaboradores, Timoteo, Tito y Filemón entre otros.

En los artículos de esta serie ya se ha definido la soledad desde el punto de vista emocional, racional, mental, psicológico y moral. No tenemos más que añadir en ese sentido, salvo que la soledad en el liderazgo es inevitable y por tanto, habrá que aprender a gestionarla, más que huir de ella. Pero quizá sea conveniente revisar primero algunos conceptos de liderazgo, que a veces pueden entenderse de forma diferente, dependiendo de la experiencia o el trasfondo del lector.

Líder es quien consigue transmitir a otros una visión, meta, objetivo o proyecto, de tal manera que ellos, de forma voluntaria y entusiasta, se convierten en los colaboradores necesarios y muchas veces imprescindibles, para que se consiga el objetivo o se culmine el proyecto.

Aunque de forma popular se percibe al líder como un jefe que manda, la realidad es que el modelo de Jesús como líder siervo (Jn.13) se va abriendo paso y no es difícil encontrar en manuales de liderazgo secular, claras alusiones a ese papel del líder como servidor de la comunidad que le sigue. Además, en el liderazgo cristiano se encuentra como ingrediente indispensable la vida de comunión espiritual con el Señor, por medio de la oración, la meditación en las Escrituras y la cercanía de los hermanos en la fe.

Si transmitir visión e implicar a otros es una constante, el líder tendrá que conducir al equipo por un proceso, una secuencia de decisiones y acciones a ejecutar que recorran la ruta acertada para avanzar por las oportunidades y evitar las trampas que pueden estorbar o impedir que se alcance el objetivo. La toma de decisiones será, por tanto, la principal tarea del líder y a la vez, el sello de confianza de su equipo.

El liderazgo es la cualidad o conjunto de cualidades que el líder despliega para conseguir su meta. También es la posición y el papel que asume el líder.

Por experiencia sabemos que muchas personas pueden llegar a liderar a otros en la consecución de un fin, de forma ocasional, por urgencia, necesidad o peligro inminente, así que ambas definiciones apuntan a dos tipos de líderes: El ocasional y el permanente, pero en esta reflexión solo vamos a ocuparnos de la soledad de quienes ejercen el liderazgo de forma más o menos permanente, es decir, que son percibidos por los demás en ese papel de forma constante. La soledad en esa posición quizá sea la que mayor espacio deba tener en este artículo. Sobre todo, porque las cualidades se ponen a prueba a lo largo del tiempo.

El liderazgo, en la práctica, es una función que consiste en cinco tareas principales:

  • Elegir el equipo o grupo de colaboradores

  • Apuntar a la meta y mostrar la ruta

  • Tomar decisiones coherentes y saber explicarlas

  • Detectar errores, aprender y corregir a tiempo

  • Resaltar resultados y compartir el éxito

Cualquier carencia en estas tareas disminuye la percepción de liderazgo y por tanto abrirá la posibilidad de sentir soledad, aunque en estos casos, ello no necesariamente signifique fracaso. Habrá momentos en que el líder se sienta solo, porque así es la esencia del liderazgo. Hay situaciones por las que sólo el líder será capaz de mantener la coherencia y el objetivo a la vista, mientras el grupo se “recarga” y recupera la visión. Especialmente después de una situación inesperada o un error. La soledad de líder no es tanto la sensación de abandono, como de incomprensión. El líder se siente solo cuando su equipo no le sigue, se distrae o duda, pero también cuando a él o ella le ocurre lo mismo. En ese caso la soledad es más un síntoma que un desenlace. Será más alarmante percibir soledad cuando falte una de las que se identifican como cualidades esenciales del líder.

Qué se le pide a un líder (los tres pilares del liderazgo)

Se acepta con demasiada frecuencia la imagen distorsionada del líder como quien impone su voluntad por la fuerza, por el poder económico o social o quien es percibido como infalible. Sin embargo, esas tres figuras son precisamente las que más cuestionan el liderazgo y lo llevan al fracaso. En contraste, podemos identificar tres cualidades esenciales o puntos de apoyo sobre los que descansa el liderazgo:

  • Capacitación (sabiduría)

  • Vocación (llamamiento)

  • Reconocimiento (autoridad)

La falta de cualquiera de ellas pondrá en duda la posición de líder y llevará a una soledad indeseada e improductiva.

Capacitación

La sabiduría no es solo un bloque de conocimientos, como dice el Qohelet en Eclesiastés1:18, pero estos son necesarios para lograrla.

Alguien puede obtener el permiso de conducir con “cero” errores” en el examen teórico porque conoce de memoria las normas de tráfico. Incluso podría aprender las técnicas para maniobrar con un vehículo hasta dejarlo bien estacionado y hasta circular de forma ordenada, sin que nada inesperado se interponga en su camino. Pero aún tendrá que demostrar que sabe conducir todos los días para ir al trabajo o para viajar a una ciudad desconocida y llegar al hotel que reservó desde su casa.

De igual forma, nadie se expondría a ser operado por una persona que obtuvo su grado en medicina y cirugía el verano pasado. La capacitación añade a los conocimientos teóricos, la experiencia acumulada y la sabiduría adquirida con atención y años de práctica.

Jesús vivió unos treinta años antes de iniciar su ministerio público, para llevar a cabo su maravillosa misión terrenal, breve y perfecta de tres (30/33=10/11). En proporción, Moisés tardó menos en estar preparado. (80/120=8/12), aunque 80 años parecen demasiados y aun así no pudo evitar errores importantes.

Las excelentes calificaciones académicas que hubiese obtenido Jesús entre los mejores maestros de Israel, si a los 12 años ya discutía en plano de igualdad con ellos, y los sesudos conocimientos de Moisés adquiridos en la mejor “universidad” de la corte egipcia, fueron completados con toda una experiencia vital hasta adquirir la madurez requerida para iniciar su etapa de guías de multitudes y enfrentarse a la soledad en el liderazgo. Como nos recuerda el capítulo 3 de la Epístola a los Hebreos, nuestro Señor superó por completo al gran líder de la nación israelita, pero no hemos de rebajar el modelo de liderazgo de Moisés, que hablaba con Iahveh como quien conversa con un amigo (Ex.33:11).

Nos queda añadir un detalle no pequeño en relación con la capacitación en el liderazgo cristiano: Además de conocimientos y experiencia, sólo los dones espirituales que uno recibe capacitan para liderar en el ministerio.

Vocación

Se sabe que un líder está preparado para asumir su papel cuando, sea por percibir carencias o por deseo de mejora del statu quo, manifiesta haber descubierto por su cuenta y asumido la necesidad ineludible de iniciar un camino o un proyecto nuevo que suponga la solución definitiva a la carencia presente o un avance notable contra esta.

Es fácil identificar la vocación o llamamiento al liderazgo por los posibles seguidores que se ven atraídos a involucrarse por compartir la visión que inspira y la misión que se propone el líder. Por el contrario, las dudas del líder sobre su llamado se suelen expresar en pensamientos del tipo: “¿por qué me tuve que implicar tanto?” “¿Para qué tanto esfuerzo?” y se producen sobre todo en momentos de impotencia para superar un obstáculo o gestionar una crisis por circunstancias inesperadas.

Esas dudas pueden ser percibidas fácilmente por el equipo, los seguidores o sus oponentes y desencadenar un episodio no deseado de profunda soledad en el liderazgo. Además, la vocación en el liderazgo cristiano, o viene del Espíritu, o no llega a ser percibida por los integrantes del grupo.

Reconocimiento

El tercer pilar en que se apoya el liderazgo constituye la confirmación de los otros dos. Hay muchas personas que se sienten capacitadas para tomar un puesto de liderazgo, se refieren con insistencia a una clara y fuerte visión del objetivo, incluso de los medios necesarios y el camino a recorrer para conseguirlo, pero no consiguen el reconocimiento del grupo. Pueden parecer con las ideas muy claras y una imagen de triunfo inminente, pero quienes deberían movilizarse no reconocen en ellos las cualidades necesarias para conseguir lo que se proponen. El elemento que produce mayor soledad en el líder es la falta de reconocimiento, duda de su autoridad como guía y le paralizan para seguir en la dirección marcada. Una falta de autoridad puede desencadenar las peores reacciones extremas: desde la dinámica de imposición a la perplejidad y el hundimiento del líder. Sin autoridad durante un tiempo prolongado, es muy posible que la soledad se apodere de cualquier líder y provoque las reacciones ya mencionadas: autoritarismo o desistimiento.

Como se ha dicho, al ser el reconocimiento la confirmación del liderazgo no puede extrañarnos que lo sea de forma comunitaria en el caso del liderazgo cristiano. Es la comunidad de redimidos quien reconoce sus líderes, que no vienen impuestos, por lo que también cuidará de su sostenimiento material y espiritual.

¿Qué pasa entonces cuando, por falta de cualquiera de los tres apoyos del liderazgo, la persona capaz y llamada a una misión se siente distanciada, desconectada del grupo que se suponía identificado, implicado e incondicionalmente dispuesto a acompañarle hasta la meta?

¿Evitar o hacer frente a la soledad en el liderazgo?

Detectar la soledad no es fácil. Ésta se suele camuflar con frustración, sentimientos negativos hacia quienes debían estar a su lado, siguiendo sus pasos y sin hacerse preguntas que cuestionen la misión o el camino que el líder haya señalado.

De repente, los miembros del grupo parecen no estar dispuestos a afrontar los sacrificios que traen pérdidas, ni a esforzarse ante la dificultad o asumir tiempos de espera que les parecen retrasos. Incluso suelen buscar por su cuenta rodeos para evitar sacrificios o esfuerzos y atajos para evitar esperas.

Además de identificar y desenmascarar la soledad, el líder debe saber gestionarla de forma tal, que traiga beneficio a quienes está sirviendo de guía.

La diferencia entre un líder maduro y otro que no está preparado, no es cuantas veces se queda solo, sino cómo aprovecha esa soledad para mantenerse en la dirección adecuada hacia el objetivo que ha marcado y a la vez enriquecer las vidas de sus seguidores, sus compañeros de viaje.

Identificada la soledad, el cómo gestionarla de forma sabia y fructífera será muy diferente, según su origen.

La soledad en el liderazgo puede tener dos orígenes bien diferentes o una combinación de ellos. Uno es la debilidad en el liderazgo, la falta de equilibrio entre alguno de los pilares del liderazgo que ya se han descrito: Capacitación (sabiduría), vocación (llamado) y reconocimiento (autoridad). La forma de gestionar aquí es sencilla: humildad para reconocer la debilidad y para buscar un relevo temporal mientras el líder se recupera o definitivo en caso de que sea una carencia invalidante para el liderazgo. En estas ocasiones, el líder da muestras de autenticidad y madurez por medio de la humildad y la búsqueda de compañía (red de “hermanos mayores” que oran y escuchan al líder), complemento, (hacer equipo en el liderazgo que complemente los dones, la capacitación, la sabiduría) o relevo, en caso de no ser suficiente lo anterior.

El otro origen es mucho más delicado. Cuando la debilidad está en el grupo y el líder tiene que interpelar y exhortar, con una nueva meta: recuperar el compromiso con la causa, con el objetivo, cuando el grupo no está dispuesto a pagar el precio, aunque fuesen sinceros cuando aceptaron el reto.

Moisés se enfrenta a una terrible soledad cuando baja del Sinaí con la flamante ley de Adonay. Con esa visión de conducir a un pueblo modélico, a sus hermanos, unidos por la misión de llegar a una tierra que serviría de escenario para exhibir la justicia de Elohim y la misericordia de Yahvé-Rafa, como en un gran escaparate de su gloria. Sin embargo, verlos transformados en bárbaros adorando a una imagen grotesca de quien les había sacado de la esclavitud con mano poderosa le causó una profunda impresión. Qué tremenda soledad transmite el relato de Éxodo 32: 19-26 y qué situación vergonzante para Aarón, otro líder inmediatamente también abandonado por todos los levitas en cuanto Moisés reacciona, (V.26).

Además de la humildad para examinarse a sí mismo, observar y reconocer en uno cualquier carencia, como en el caso de la debilidad del líder, cuando el origen de la soledad del líder viene porque quien está debilitado es el grupo, las cualidades del liderazgo se reorientan al servicio de una nueva meta, un nuevo objetivo temporal o de transición que consiste en poner en marcha esta secuencia de comportamientos y tareas:

  • Expresar la frustración con sinceridad, sin perder el respeto

  • Interceder por el grupo en oración

  • Evidenciar las causas del “abandono”

  • Buscar rectificación, restaurar la confianza

  • Recuperar la visión

  • Realizar los cambios necesarios

  • Solicitar una renovación expresa del compromiso

Una vez conseguido el objetivo temporal de la restauración, se podrá continuar con el plan para la consecución del objetivo original, con quienes han pasado por el proceso y otros que pudieran haberse sumado durante el mismo, acompañando al líder, retomando sus compromisos. Es el modelo que encontramos también en la segunda a los corintios del apóstol Pablo y en Pablo y en el propio Señor, reflejado de forma especial desde Juan 16:32 hasta la restauración de Pedro en 21:15-19.