Los Heraldos de la Gran Comisión
Por : David Robles
A día de hoy aún hay muchas personas en distintos lugares del mundo que no han escuchado el Evangelio de Cristo. Todavía existen millones que no han tenido la oportunidad de escuchar la presentación clara y directa del plan de salvación de Dios, muchos de ellos muy cerca de nosotros. Como creyentes que formamos parte de la iglesia de Cristo, hemos de estar comprometidos con uno de los propósitos que Dios tiene para nosotros: evangelizar a los perdidos.
Hay variadas maneras de apoyar la obra misionera. Se invierte de distintas formas en la misma: oración, apoyo económico, cultos especiales, etc. Todo esto es loable y necesario, sin embargo, nunca puede sustituir a nuestra responsabilidad personal de ser heraldos fieles de Cristo. ¿Cómo estamos ejercitando el privilegio de ser embajadores de las Buenas Nuevas?
El Señor Jesucristo dejó dos mandatos a sus seguidores, que se hacen extensibles a nosotros igualmente: haced discípulos y sed testigos de Él (Mateo 28:19; Hechos 1:8). Estos mandatos están todavía vigentes a día de hoy. Es más, no es algo exclusivo para los misioneros o los pastores, sino que cada uno de nosotros tenemos el llamado a ser heraldos de Cristo.
En Hechos 5:17-24, observamos tres claves para ser heraldos eficaces de Cristo, por medio del ejemplo de sus primeros seguidores que se dedicaron a cumplir la Gran Comisión. La primera clave para ser heraldos efectivos de Cristo consiste en esperar la oposición de otros.
Espera la oposición de otros (Hechos 5:17-18)
No tendría que sorprendernos encontrar rechazo cuando estamos predicando a Cristo. Es más, deberíamos estar preparados para enfrentar la oposición, porque va a llegar de una manera u otra, tarde o temprano.
Los apóstoles, después de recibir el mandato de Jesús, se habían puesto manos a la obra en el poder del Espíritu. Principalmente Pedro y Juan estaban testificando de Cristo de manera clara, directa y contundente. Y esto les trajo problemas. Hechos 5:17-18 afirma: “Pero levantándose el sumo sacerdote, y todos los que estaban con él (es decir, la secta de los saduceos), se llenaron de celo, 18 y echaron mano a los apóstoles y los pusieron en una cárcel pública”.
La oposición que encontraron los apóstoles no era de unos don nadie sino del sumo sacerdote y los saduceos. El sumo sacerdote era el más alto dignatario religioso de la nación y formaba parte del Sanedrín que era el cuerpo gubernamental judío, así como el tribunal supremo hebreo. Los saduceos también formaban parte del Sanedrín, creían sólo en el Pentateuco como escritura divina inspirada y rechazaban la resurrección de los muertos. Estaban tan alejados de la verdad que no encontramos ningún caso de conversión de un saduceo, cuando incluso algún fariseo llegó a creer. La oposición provenía de la creme de la creme de aquel entonces.
Además, el rechazo no era superficial ya que el pasaje afirma que “se llenaron de celo” (Hechos 5:17), utilizando una expresión que conlleva gran indignación, hasta el punto que la sangre les hervía de celos. Estaban fuera de sus casillas. Cuanto más predicaban los discípulos y a más salvaba Dios (Hechos 5:14), ellos más se irritaban.
¿Cuál fue el resultado de su indignación y rechazo profundo? “Y echaron mano a los apóstoles y los pusieron en una cárcel pública” (Hechos 5:18). El Sanedrín tenía poder para arrestar y autoridad para tratar los asuntos que afectaran a la ley judía, aunque no podían ejecutar una sentencia capital sin el consentimiento de las autoridades romanas que dominaban la región en esa época. En este caso, los apóstoles fueron arrestados presumiblemente por la guardia del templo y puestos en una casa de confinamiento conectada con el mismo. Este encarcelamiento no era un castigo como hoy en día lo consideramos, ya que en aquel tiempo los griegos no lo practicaban, mientras que los romanos y los judíos rara vez lo usaban como forma de condena. En este caso, fueron puestos bajo custodia, esperando su comparecencia ante el Sanedrín a la mañana siguiente.
Pero no nos engañemos, esto no significa que la oposición a la proclamación del evangelio fuera frívola o superficial, todo lo contrario, era extrema y constante. De hecho, no era la primera vez que eran perseguidos. En el capítulo 4 de Hechos, Pedro y Juan ya habían pasado por algo parecido tras la curación del cojo que estaba a la puerta del templo. Ahí, les habían tratado de amedrentar, les amenazaron y prohibieron seguir predicando. ¿Cómo respondieron? Siguieron siendo heraldos fieles de Cristo. Por eso estaban de nuevo en la misma situación, sólo que ahora llovía sobre mojado y el terreno era cada vez más resbaladizo y peligroso.
En la iglesia primitiva y a lo largo de la historia de la iglesia, los creyentes han sufrido persecución de distintos tipos por predicar a Cristo. Pablo, dedicado en cuerpo y alma a su llamado, por proclamar el puro evangelio a los cuatro vientos, fue perseguido, encarcelado, difamado, incluso criticado por gente de las propias iglesias y finalmente martirizado. Pero no le sorprendía, ni quería que le sorprendiese a nadie. Así, tras enumerar algunas de sus penurias por ser un heraldo fiel, le dijo a Timoteo: “Y en verdad, todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos” (2 Ti. 3:12).
Hermanos, debemos estar listos para ser heraldos fieles de Cristo e igualmente, preparados para la oposición que eso generará. Por ahora, en un país como España, con ciertas libertades, no vamos a sufrir encarcelamiento o muerte, pero indudablemente si predicamos la verdad del Evangelio vamos a sufrir burla de compañeros, rechazo de familia, pérdida de amistades o cualquier otro tipo de oposición. La gente no está interesada en el verdadero Evangelio de Dios, por el contrario, es necesario que Dios quebrante sus corazones y produzca arrepentimiento y fe genuina en Jesús. Mientras tanto, la respuesta natural del hombre es rechazo a Dios, y por lo tanto a sus mensajeros.
Estamos considerando tres claves para ser heraldos eficaces de Cristo a la luz de Hechos 5:17-24. La primera es ser conscientes de que va a existir oposición. La segunda consiste en predicar el Evangelio de Cristo.
Predica el Evangelio de Cristo (Hechos 5:19-20)
Los versículos 19 y 20 continúan afirmando: “Pero un ángel del Señor abrió las puertas de la cárcel, y sacándolos, dijo: Id, y puestos de pie en el templo, hablad al pueblo todo el mensaje de esta Vida”.
Como hemos observado, los apóstoles estaban pasando la noche en la cárcel a la espera de la audiencia ante el Sanedrín a la mañana siguiente. ¿Qué sucedió? Un ángel, un enviado del Señor, abrió las puertas de la prisión durante la noche y los liberó. Resulta curioso que Dios decidió liberarles por medio de un ángel, cuando los saduceos no creían en ellos.
Este ángel abrió todas las puertas necesarias para que los apóstoles pudieran quedar en libertad. Pero esto no era un fin en sí mismo, sino un medio para un fin. Los mandó al templo, precisamente donde el Sanedrín se iba a reunir a la mañana siguiente. No fueron libertados para escapar, ni para evitar comparecer ante el tribunal, ni siquiera por su propio bien. Les libró para seguir predicando el Evangelio. El ángel no lo presentó como una opción. No les dijo: “Bueno, os libero y cuando podías, volvéis a predicar. Mejor aún, cuando se calme la cosa y no estéis en la lista de los más buscados, pues entonces volvéis a proclamar la Verdad, cuando ya dejéis de estar en peligro”. Nada más lejos de la realidad, les ordenó: “Id y… hablad”. Dos imperativos presentes, es decir, esto es lo que tenéis que hacer y no como algo esporádico, sino continuad haciéndolo como hasta ahora.
¿Qué tenían que predicar? “Todo el mensaje de esta Vida”. El mensaje de esta Vida se refiere al Evangelio, el cual da vida en Cristo, una nueva vida abundante y eterna a los que anteriormente estaban muertos en sus delitos y pecados (Efesios 2:1). Los apóstoles fueron encomendados a proclamarlo en su totalidad; es decir, todo el mensaje, no sólo una parte, ni tampoco lo que fuera menos ofensivo para la audiencia. El mensaje del Evangelio se basa en la obra redentora de Cristo en la cruz por los pecadores. Sin lugar a dudas es una obra de amor inmerecido por la cual se extiende la gracia divina a los hombres. Es un mensaje de amor, perdón y esperanza. Pero a la vez, es un mensaje de arrepentimiento que muestra al hombre lo miserable y pecador que es ante un Dios santo, justo y perfecto contra quien ha pecado y peca, y por lo tanto merecedores de una eternidad apartados de él en el infierno.
Una conocida empresa cristiana de estadística hace un tiempo dio a conocer un estudio que habían realizado sobre las iglesias. Las conclusiones que sacaron fueron que estas tenían que adaptar sus reuniones al siglo XXI, se tenía que dejar de predicar tanto la Biblia y presentar el Evangelio de manera más atractiva al inconverso, sin que fuera ofensivo el mensaje. El cambio que la iglesia necesita no es este, sino volver a predicar el Evangelio de Cristo en su totalidad, y nada más, tal como hicieron los apóstoles. Vivimos tiempos en los que el Evangelio de Cristo se está rebajando, aguando e incluso arrinconando. Un Evangelio al gusto del consumidor, centrado en el hombre. Sin embargo, si deseamos ser heraldos fieles de la Gran Comisión hemos de proclamar todo el Evangelio y todo el consejo de Dios (Hechos 20:27). Eso es lo que Dios usa por el poder de su Espíritu para transformar vidas. La fe viene por el oír, y el oír por la Palabra de Dios (Romanos 10:17). El nuevo nacimiento viene por medio de la proclamación fiel del Evangelio y la Palabra (1 Pedro 1:23-25).
La obra es del Señor, pero nuestro encargo es predicar el evangelio de Cristo para ser heraldos de la Gran Comisión. Finalmente, hay una tercera clave para ser heraldos eficaces de Cristo: Confía en el poder de Dios.
Confía en el poder de Dios (Hechos 5:21-24)
¿Qué hicieron los apóstoles al recibir el mandato de ir al templo a predicar? Humanamente hablando podía parecer una instrucción increíble, incluso descabellada e imprudente. Sin embargo, los discípulos obedecieron confiando en el poder de Dios, del cual habían sido testigos en numerosas ocasiones, la última apenas unas horas antes. Esa confianza los llevó a meterse de nuevo en la boca del lobo, como afirma el versículo 21a, “habiendo oído esto, entraron al amanecer en el templo y enseñaban”.
Las puertas del templo estaban cerradas durante la noche y se abrían para el sacrificio que tenía lugar al amanecer. La gente de oriente comenzaba el día mucho más temprano de lo que es común para nosotros. Esto es debido, entre otras razones, al clima sofocante que durante gran parte del año se padece en Palestina, especialmente durante las horas centrales del día. Desde muy temprano el templo se llenaba de personas, y allí estaban los apóstoles de nuevo, confiando ciegamente en el poder de Dios y predicando de nuevo a Cristo, en el momento adecuado desde un punto de vista divino.
Este poder de Dios también quedaría de manifiesto incluso para los miembros del Sanedrín al darse cuenta de que la cárcel estaba vacía, pero sus incrédulos corazones no respondieron en confianza, sino con perplejidad. Los versículos 21b-24 concluyen el relato de la siguiente manera: “Cuando llegaron el sumo sacerdote y los que estaba con él, convocaron al concilio, es decir, a todo el senado de los hijos de Israel, y enviaron órdenes a la cárcel para que los trajeran. Pero los alguaciles que fueron no los encontraron en la cárcel; volvieron, pues, e informaron, diciendo: Encontramos la cárcel cerrada con toda seguridad y los guardias de pie a las puertas; pero cuando abrimos, a nadie hallamos dentro. Cuando oyeron estas palabras el capitán de la guardia del templo y los principales sacerdotes, se quedaron perplejos a causa de ellos, pensando en qué terminaría aquello”.
¿Qué había sucedido? Los miembros del Sanedrín estaban haciendo los últimos preparativos para comenzar su sesión y cuando mandaron a recoger a los apóstoles, ¡la sorpresa de los alguaciles fue mayúscula! ¡Todo cerrado perfectamente, pero ellos no estaban en su celda! La perplejidad inundó la sala al recibir estas noticias tan sorprendentes. Era algo inexplicable para unas personas que permanecían ciegos en su incredulidad, a pesar de todos los milagros que el mismo Jesús había realizado poco tiempo antes en la región y de los cuales ellos también habían sido testigos. Incluso cuando Dios muestra su poder de manera evidente, las personas que están ciegas espiritualmente rechazan reconocer la increíble obra de Dios, mucho menos confiar en Él.
Los siervos de Dios, sin embargo, confían en el poder de Dios. Moisés confió en el poder de Dios cuando le usó para sacar a su pueblo del todopoderoso Egipto, y así hizo lo que se le ordenó. Los apóstoles igualmente confiaron en el poder de Dios y siguieron su mandato de continuar predicando el Evangelio, aparte de las apariencias y consecuencias. En ocasiones, más de las que nos gustaría reconocer, sentimos pavor al hablar a otros de Cristo. No es miedo a ser encarcelados, ni nuestras vidas corren peligro. Sin embargo, es igualmente un miedo real. En esos momentos hemos de confiar en el poder de Dios y así, fortalecidos en él y a pesar de nuestra debilidad, continuar predicando su Palabra y el Evangelio, confiados en que él obrará de acuerdo a su plan perfecto. La obra es de él, y en él confiamos.
¿Cómo acabó la historia? Era evidente que les iban a encontrar y apresar de nuevo, y cuando fueron recriminados de haber desobedecido al Sanedrín y llenado Jerusalén con sus enseñanzas, ellos respondieron con total confianza en el poder de Dios, tal como relata Hechos 5:29-32 “Debemos obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros habíais matado colgándole en una cruz. A éste, Dios exaltó a su diestra como Príncipe y Salvador, para dar arrepentimiento a Israel, y perdón de pecados. Y nosotros somos testigos de estas cosas…”
Los heraldos de la Gran Comisión esperan la oposición de otros, predican el evangelio de Cristo y confían en el poder de Dios. Seamos testigos fieles por su gracia, para su gloria y la salvación de las almas perdidas. ¡Cumplamos la Gran Comisión!