La soberanía de Dios y el libre albedrío según génesis

Isaac bendice a Jacob (1638), obra de Govert Flinck (Rijksmuseum) Imagen Wikimedia.

Por : David Gooding

(Extracto de los estudios del Libro de Génesis, impartidos en Septiembre de 1972 en Toro (Zamora) por el Profesor Dr. David Gooding, traducidos por D. Eric Bermejo y mecanografiados directamente desde cinta magnetofónica por el grupo de jóvenes de la Iglesia Evangélica de Marqués del Duero (Barcelona), hoy Paralel. Adaptación: Alberto Arjona)

Basado en la historia de Esaú y Jacob. Génesis 25:19-34; 27:1-46

En el estudio de esta sección vamos a ver ahora más claramente los dos principios que la atraviesan: por un lado, la voluntad, el propósito soberano y el gobierno de Dios; y en una línea paralela a esto, y aparentemente independiente, la responsabilidad del hombre y su absoluto libre albedrío. Vamos a repasar el pasaje hasta el punto donde hemos llegado.

El mayor servirá al menor. Hasta ahora hemos visto que, en la soberana voluntad de Dios, Dios declaró que el segundo de los hijos serían el primero, y que el mayor aún serviría al menor, Jacob. Hemos visto también el comentario del Nuevo Testamento cuando nos dice que esto tiene que ver con la elección soberana de Dios (Ro.9:10-13), y que era totalmente independiente de cualquier acto hecho por ninguno de estos chicos, porque, de hecho, tal declaración fue hecha antes del nacimiento de los dos, tal como el mismo Nuevo Testamento nos lo dice. Dios decidió el asunto antes de su nacimiento, antes de hacer ellos nada, fuera bueno o fuera malo.

Todos responsables. Sin embargo, enseguida en el proceder de la historia, hemos visto desde el punto de vista humano cómo Jacob logró la bendición y cómo Esaú perdió la bendición. ¿Es que Dios hizo que Esaú perdiera la primogenitura para cumplir su propósito? Pues sería una blasfemia pensar eso si se nos dice todo lo contrario, que esta pérdida de la bendición de parte de Esaú era consecuencia de su propia voluntad y deseo. Era su propia responsabilidad y algo que él escogió deliberadamente. Él prefirió el potaje a la bendición. Por otro lado, Jacob compró la primogenitura y robó la bendición y eso también era la responsabilidad de Jacob. Consideremos por ejemplo el escenario de la bendición dada por Isaac. En contra de la voluntad de Dios, Isaac se ha empeñado en bendecir a Esaú, guiado por sus prioridades y sus propios conceptos sobre la bendición. Ah, pero Dios se sale con la suya. Dios ha dicho que va a ser Jacob quien va a tener la bendición. ¿Pero qué es lo que Dios hace para forzar a Isaac a cambiar de parecer y bendecir a Jacob en vez de Esaú? Pues Dios no hace absolutamente nada para forzar a Isaac a cambiar de parecer. Isaac también se sale con la suya, también se fía de sus propios sentidos y es guiado por ellos, pero sus propios sentidos le engañan. Por cierto, Isaac no puede culpar a Dios.

Las líneas paralelas se juntan en el infinito. Por eso la soberanía de Dios y el libre albedrío del hombre van en líneas paralelas y no se pone en duda la soberanía de Dios porque lo que él dice que va a hacer lo hace; su propósito según la elección permanece, está empeñado en que permanezca. Hará que su propósito sea siempre independiente de las obras de los hombres, sean buenas o sean malas esas obras, pero ni Esaú ni Isaac pueden culpar a Dios por interferir. Ellos han hecho totalmente su voluntad y ellos han sido guiados según sus sentidos.

Y he aquí viene Rebeca, quien va a cumplir la promesa de Dios a favor de su niño guapo, Jacob, y ella ideando una engañosa estrategia obtiene la bendición para Jacob. Ahora tú dices: bueno, esto va a ser un poco embarazoso para Dios, ¿verdad?, porque ha conseguido su propósito mediante la astucia de esta mujer. Ah, pero un momento, Jacob roba la bendición de esta manera haciéndose pasar por Esaú, pero Dios manifestará su desaprobación sobre esto y dejará que Jacob aprenda su propia lección. Ahora Labán engaña a Jacob con este cambio de las dos chicas o sea entregándole a Lea en vez de Raquel. Entonces alguien pregunta ¿es que Dios ha cogido a Labán para ayudarle en sus propósitos? ¿Dios aprueba la actitud del Labán? No, tampoco porque estas cosas son totalmente independientes. ¿Por qué hizo esto Labán? ¿Porque lo había leído acaso en la Biblia y pensaba que esto era la voluntad de Dios que ocurriera? No. Escuchadle explicar la situación: Mira, dice Labán, es que no se hace tal cosa en nuestro país, no es costumbre dar a la chica menor antes que a la mayor. Así que Labán se deja guiar totalmente por las costumbres de su país.

Ahora tú me dices: Bueno, esto es problemático. estas dos ruedas (la soberanía de Dios y el libre albedrío del hombre) tienen que engranar en algún punto; por favor explícanos algo de cómo y en qué punto encuentran este contacto; una rueda tiene que engranar con la otra en algún punto. Pues enseguida tengo que admitir que yo no tengo ninguna noción de cómo la soberana voluntad de Dios engrana con el libre albedrío del hombre.

Hay quien dice que lo entiende. Tengo que admitir también que me he encontrado con personas que nos han dicho que ellos entienden perfectamente bien cómo la soberana voluntad de Dios y su elección engrana con el libre albedrío y la responsabilidad del hombre.

Como vosotros sabréis muy bien, ha habido grandes argumentos a través de los siglos en los que los cristianos hablan del previo conocimiento de Dios para explicar esto (Dios sabe de antemano lo que vamos a elegir). Si me permitís, voy a ser un poco crudo. Se dirige Dios a Raquel: “Raquel, ¿quieres saber qué es lo que va a pasar? Pues un momento, voy a echar un ojo al futuro y te diré lo que veo”. Ah, ¿qué está haciendo Esaú? ¡Está vendiendo su primogenitura! Voy a decírselo a Raquel: “Raquel, el mayor servirá al menor”.

Yo no puedo pensar que el Dios Omnipotente actuaría así. ¿Es verdad entonces, o puede ser verdad, que su soberana voluntad y propósito depende totalmente de lo que va a hacer el hombre? Entonces sí que dependería en este caso de las obras de los hombres, si eran buenas o malas. Esto implicaría que el eterno omnipotente Dios dependería totalmente de los caprichos de sus criaturas y eso no podría ser de ninguna manera.

Vamos al otro extremo. Ahora se levantan los teólogos al otro lado del asunto y ellos dicen: Dios es soberano y le importa un pepino lo que Esaú o Jacob deciden hacer. Él se ha propuesto salvar a Jacob y condenar a Esaú, y eso independientemente de los méritos de sus obras o cualquier otra cosa. Ah, sí es así entonces es culpa de Dios que Esaú cogiera el potaje ese día, y si es culpa de Dios, no le puede culpar a Esaú, y por lo tanto siguiendo esa línea caemos en el error de una doctrina tremendamente horrible.

Sin embargo, es una doctrina que ha sido predicada por muchos, que algunos nacen en este mundo por la voluntad soberana de Dios para ser salvos, y hagan lo que hagan serán salvos, y otros nacen en este mundo con el propósito de ser condenado ya de antemano y hagan lo que hagan serán condenados.

Eso es una calumnia grande sobre el nombre de Dios, y si vosotros creéis que yo he hablado un poco fuerte en esta última frase voy ahora a tomar un poco de tiempo para justificar lo que he dicho, pero primeramente quiero dejar claro que los que dicen que Dios escoge soberanamente algunos para salvación y otros para condenación, estas personas generalmente hablan de esta manera: Todos los hombres son pecadores, no pueden hacer nada para salvarse a sí mismo, pero no tenían que ser pecadores, y en esto son merecedores del juicio de Dios, porque son pecadores. Dios decide salvar a algunos, y la condición de que sean salvos es que crean, pero no pueden creer porque no hay nada bueno en ellos, no tienen ni siquiera el poder de la fe, y tampoco podrán tenerla a no ser que Dios se la dé.

A ti sí te la doy, pero a ti no. Así que Dios les da la fe a los elegidos para que puedan creer y se salven. Y ahora están estos otros, aquellos a quienes Dios no les da la fe. Dios les predica el evangelio, pero claro, no lo pueden creer porque no tienen la fe con qué creer, y como Dios no les da la fe no pueden salvarse y por lo tanto a fin de cuentas son condenados. ¿Condenados por qué?

Entonces los que sustentan esta doctrina dicen: Bueno, son condenados por cuanto eran básicamente pecadores. Y diciendo esto contradicen las Escrituras: “porque esta es la condenación que la luz vino al mundo y los hombres amaron las tinieblas más que a la luz”. Esta es la condenación. ¿No veis cómo se nos dice en Juan 3:18, “el que en él cree no es condenado pero el que no cree ya ha sido condenado”? ¿Por qué? ¿Por cuánto era básicamente un pecador? No, claro que no; los hombres serán condenados, si llegan por fin a la condenación, solamente por esto, porque no han creído.

Juzgados sí, pero condenados por no haber creído. Claro que es verdad que en el gran trono blanco los libros son abiertos y los muertos son juzgados según las cosas escritas en los libros. Eso quiere decir que los que por fin van a ser consignados al lago de fuego no van a sufrir de igual manera todos en el juicio, como dijo el Señor; será más tolerable para algunos que para otros, y el hecho de que sea más o menos tolerable dependerá de sus obras. Pero la piedra de toque que decide si van a ir al cielo de Dios o al lago de fuego no son sus obras. Se dice explícitamente en esta ocasión solemne que lo que decide si el hombre va a ir al cielo o al lago de fuego simplemente es esto, si está su nombre escrito en el libro de la vida. Si es así, se trata de creyentes, y este es el único factor decisivo en este asunto que está de acuerdo con lo que hemos citado de Juan. Esta es la condenación, que la luz ha venido a este mundo, y los hombres por propia preferencia prefieren las tinieblas, aman las tinieblas. No solamente que se perdieron en las tinieblas, sino que amaron las tinieblas. La luz vino a ellos tan cerca como pudo venir, pero no la quisieron, amaron más las tinieblas, o poniéndolo de otra manera, no quisieron creer.

Y si no pueden creer, ¿por qué Dios les insta a creer? Ah, pero dice alguien, en cuanto a esta manera de entender la teología, que las personas que no son salvas, quiero decir los no elegidos, no podían creer, porque para poder creer Dios tiene que darte primeramente la fe con la que puedas creer; y por lo tanto los que no han sido elegidos no pueden creer porque no tienen fe. Pues aparentemente eso los lleva a cuestionar de manera cruel el carácter de Dios.

Considera, por ejemplo, la figura que se nos presenta al final de Romanos 10:21, Pero acerca de Israel dice: Todo el día extendí mis manos a un pueblo rebelde y contradictor. Basándose en el profeta Isaías, Pablo presenta a Dios como de pie ante los no regenerados y extendiendo sus brazos hacia ellos como un padre tendería sus brazos hacia un hijo, apelando y rogando a los inconversos que vengan a ser salvos. Estos teólogos quieren que nosotros creamos que Dios está allí apelando para que vengan a él para salvación, y aun extendiendo así sus brazos para invitarlos a venir; y todo el tiempo sabiendo que no pueden venir si él no los trae primero o no les da primero la fe para poder venir. Sin embargo, no les da la fe para poder venir, y así toda la invitación es un engaño es una falsedad. Podría darles la fe, pero no se la da, y sin embargo les invita, e incluso les ruega, que vengan. Tal interpretación no es ni más ni menos que una impiedad grande y es contradicho totalmente por el Señor Jesucristo.

Si los no regenerados son ciegos, ¿por qué los condena? Vamos a leer lo que dice el Señor en Jn.9:41, Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque decís: Vemos, vuestro pecado permanece. Esto es un principio importante y básico, un principio que tiene toda clase de implicaciones. Lo que nos enseña aquí es lo siguiente: que Dios nunca culpará a nadie por no hacer lo que no puede hacer, si es que no puede creer. Si estuvierais ciegos no tendréis pecado. Claro, el Señor no quiso decir que si ellos fuesen ciegos espiritualmente estarían totalmente sin pecado y así perfectos, porque en ese sentido todos hemos pecado, pero lo que sí quiso decir es lo siguiente: Si fuerais ciegos Dios no consideraría como culpa vuestra el estar impedidos de ver. Dios nunca culpará a un hombre por el hecho de no ver lo que es imposible que vea. Me dices que los no regenerados no pueden ver, pues entonces Dios nunca les culparía por el hecho de no creer; pero me dirás que sí, que Dios los va a culpar por no creer, esta es la condenación… El mero hecho de que Jesús aquí los culpe por no creer manifiesta que podían haber creído si lo hubieran deseado, y en ese día solemne ante la presencia de Dios no será simplemente que serán condenados por cuanto han hecho un montón de cosas malas, sino que será esto: que Dios en su soberanía misericordiosa hizo provisión de una salvación, una salvación que era totalmente independiente de las obras de los hombres, totalmente por la gracia, y los hombres podían haber creído, pero no creyeron.

No le des más vueltas. El Nuevo Testamento enseña ambas cosas, la soberanía absoluta de Dios y su elección, pero por otro lado predica también la responsabilidad del hombre, y las dos cosas igualmente. Pero dirás: es imposible, una cosa contradice a la otra. ¿Cómo se pueden reconciliar ambas cosas? No voy a intentar hacerlo. Si yo pudiera reconciliar estas dos cosas, pues entonces yo sería ni más ni menos que Dios. Hay momentos en que nosotros, los seres humanos, hacemos bien al manifestar un poco de humildad intelectual y admitir que no entendemos todas las cosas que el Omnipotente entiende.

En la Física, por ejemplo, los misterios básicos del átomo todavía escapan de nuestro control, y los átomos son cositas muy pequeñas comparadas con el gran problema de la integración de un universo. Por un lado, el propósito soberano de Dios y por otro lado los seres humanos con una cierta autonomía y un libre albedrío genuino. ¿Cómo puedes conciliar los dos conceptos? Yo no puedo, pero seré un hombre sabio si aprendo a aceptar los dos. Ya os dije que esta es la parte del Génesis que trata especialmente del tópico: la voluntad y el propósito soberanos de Dios, y el libre albedrío y la responsabilidad del hombre. Y la cosa maravillosa es esta, que Dios está trabajando con su pueblo hasta que su voluntad soberana y el libre albedrío de ellos coincidan por fin exactamente, y eso mediante la libre voluntad del hombre y no por medio de la tiranía de Dios.