La misión de Dios para ti

Por : Samuel Vera

¿Leíste el artículo de Eliseo Casal en el número anterior de esta revista?

Si no lo hiciste, te recomiendo que lo hagas. Porque para hablar de misión, es necesario partir de la unidad. No se puede entender la misión de Dios sin la unidad del pueblo de Dios. Eliseo puso ese fundamento con claridad y este artículo quiere continuar desde esa base.

Vivimos un tiempo en el que hay muchos llaneros solitarios, iglesias divididas, ministerios enfrentados, hermanos en la fe enemistados por tener posturas diferentes en cuanto a su forma de entender a Dios, incapaces de perdonar, vengativos, rencorosos. ¿De quién estoy hablando?

Creo que tristemente es la realidad de muchos de nosotros o de nuestras iglesias; y si no es la realidad actual, quizá lo hemos visto o vivido en otros momentos.

Y ante todo esto me pregunto:

¿En qué momento hemos perdido el norte?

¿En qué momento hemos dejado de ver a Dios como lo que es y nos hemos puesto en su lugar, decidiendo lo que está bien y lo que está mal?

¿En qué momento hemos perdido completamente la visión de Reino?

¿En qué momento nos hemos olvidado de Dios y de su plan con nosotros?

¿En qué momento dejamos de escuchar a Dios?

¿En qué momento nuestro corazón se ha vuelto completamente frío?

¿En qué momento hemos olvidado al herido?

¿En qué momento empezamos a juzgar?

Desde el principio, deseo trasladar al lector que todo lo que escribo lo hago desde el más profundo respeto, temor y reverencia a Dios, y no sólo a Dios, sino a su iglesia, su amada iglesia.

1/ Recordar su propósito

Tendemos a ponernos en el centro, y eso nos lleva a desviar la mirada de lo adecuado e importante, y cuando hablamos de la misión de Dios también cometemos este gran error.

Cuando hablamos de la misión de Dios, estamos hablando de algo mucho más grande que nosotros mismos y más grande que todo lo que hacemos.

Muchos podemos pensar que la misión de Dios comienza en Mateo 28, en la Gran Comisión, y justamente, cuando hablaba con algunas personas sobre en qué texto basaría esta reflexión, era el texto que mencionaban. Pero la misión no se basa en nosotros mismos, no somos el centro; la misión de Dios, lejos de empezar en Mateo 28, comienza mucho antes. No quiero convertir esto en un examen de cuánto sabemos o dejamos de saber, o de la exactitud o no de algunos matices. Sencillamente, quisiera volver a recordar algunas cosas que me parecen necesarias y claves.

Dios “ha estado” en misión desde el inicio de la creación; Él ya sabía todo lo que iba a pasar. No fue un accidente. No se le estropeó el plan cuando pecamos. Desde el principio, en Génesis 3:15, vemos la intención de Dios de derrotar el mal y de restaurar su creación desde el mismo momento de la caída. Esto es lo que conocemos como proto-evangelio.

Podríamos seguir a lo largo de las Escrituras viendo el plan de Dios, observando cada detalle, cada profecía, cada historia, pero nos llevaría mucho tiempo. Es conveniente que nos enfoquemos en ver de qué manera, a mi parecer, se mueve el corazón de Dios con su creación, con la humanidad y poniendo nuestra mirada en Jesús. Podríamos escribir largo y tendido sobre Él, o simplemente parar, contemplarle, admirarle, adorarle y eso ya sería suficiente; pero permíteme que nos centremos en algunos detalles sobre Jesús y la misión que me llaman mucho la atención y considero necesario resaltar.

Si leemos y estudiamos la vida de Jesús veremos que una y otra vez Jesús vive y anuncia que él vino a buscar y salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10), que en ningún momento su deseo es que alguien se pierda (Mateo 18:14), que Jesús nos ama de la manera más sobrecogedora que jamás podamos imaginar y experimentar (Juan 3:16) y que si no ha vuelto ya, no es porque se le haya olvidado poner la alarma, sino porque está esperando a que más personas puedan, podamos acercarnos a Él (2 Pedro 3:9).

De una manera injustamente resumida, podríamos decir que la misión de Dios por medio de Jesús es la de reconciliar, la de restaurar todo en Cristo: y algo que sigo viendo en Jesús y del corazón de Dios, es que cuando alguien se acerca a Él hay fiesta en el cielo, hay alegría y nosotros disfrutamos de ella.

También me conmueve mucho ver cómo Jesús, cada vez que veía a la multitud sentía compasión por ella. Me pregunto y te pregunto: ¿Cómo vemos nosotros a las personas que nos rodean?, ¿Cómo vemos nuestra sociedad?, ¿Cómo vemos nuestro entorno?

Aunque no lo comparto, estoy acostumbrado y creo que vosotros también, a escuchar muchos juicios sobre ciertos colectivos, y probablemente mientras me lees, estarás pensando en algún colectivo o ideología en concreto por el que quizá sientas “rabia”.

Pero ¿qué podemos esperar de aquellos que no conocen a Dios? ¿Por qué deseamos un juicio eterno y una bola de fuego gigantesca destructora que acabe con ellos y los consuma?

¿Hay algo que me he perdido?

¿Acaso Jesús, con quienes se sentía más ofendido, no eran los religiosos de la época?

Debemos andar con más cuidado, porque estamos acostumbrados a llamar fariseos a otros grupos religiosos y quizás nosotros mismos estemos más cerca de esa actitud de lo que pensamos. Pero no es el tema, porque, por alguna cuestión que no logro comprender, desde el principio, desde Génesis 1, vemos que Dios nos ha hecho partícipes de todo y cuenta con nosotros.

2 / Participar en su misión

No perdamos de vista lo privilegiados que somos, primero, de ser sus hijos; y segundo, de llevar a cabo su empresa, su encargo. Además, ese encargo no sólo lo debemos llevar a cabo por mandato o por obligación, sino por amor, por amor al Dios de la misión; por un interés puro de ver restauración, de ver cómo su Reino avanza.

Hemos conocido su luz admirable para anunciarla, pero nosotros somos tremendamente frágiles. Aun así, Dios ha decidido depositar su tesoro en nosotros, ha elegido a lo más necio del mundo para su misión. Somos hijos, somos herederos, somos coherederos y nos glorificará junto con Él.

Mirad el amor del Padre, que nos ha llamado sus hijos (1 Juan 3:1). Si esto no es un privilegio, decidme qué lo es.

Ahora, hermanos, creo que nos toca a nosotros remangarnos y tomarnos las cosas en serio. Necesitamos ver las cosas con la perspectiva eterna que tienen. Preocuparnos por las cosas que a Jesús —que a Dios— le preocupan, es parte de nuestra responsabilidad como cristianos, como sus seguidores y como aquellos que le conocemos y decimos amarle. Aun así, no olvidemos que Dios no nos necesita, usó una burra y usará unas piedras si nosotros callamos.

Dios nos ha hecho partícipes de su misión y esto es un regalo, hermanos, pero a veces no tenemos visión de reino y vemos torcido lo que está recto, y recto lo que está torcido.

Poniendo un ejemplo práctico, hablamos de ir al trabajo y lo vemos como algo negativo, a pesar de que sabemos que Dios trabajó en su creación, desde antes de la caída, y de que nos ha hecho partícipes de ello. Hermanos, Dios no está en unas vacaciones eternas, Jesús mismo dijo que su Padre sigue trabajando y él mismo trabaja.

De alguna manera extraña se nos han desajustado las gafas, hemos perdido la visión y no vemos el sitio donde estamos como un sitio en el que mostrar la luz del Señor, la luz de Jesús. Somos la sal y la luz del mundo y Dios nos ha puesto como luminares en el mundo mientras estemos bien agarrados y arraigados en su Palabra. Somos sus embajadores, tenemos una misión.

¿En qué momento exacto hemos creído que el sitio dónde estudiamos o dónde trabajamos nos pertenece? A Dios le importa nuestro trabajo, como he dicho, fue su primer encargo para nosotros.

Dios es el primer trabajador que vemos en la Biblia y nos ha dado la misión con el fin de acercar su reino a este mundo.

Podemos ser muy teóricos en este sentido, pero permitidme que vaya hacia la parte práctica. Tenemos que ver nuestros lugares de estudio y trabajo como espacios donde el Señor nos ha enviado para hablar de esa paz que proviene de Él y que sobrepasa todo entendimiento; para hablar de cómo obtener ese gozo que es completo, esa plena y real libertad que nos ofrece, esa segunda oportunidad, la vida nueva, la esperanza que nos ofrece y la compañía que tanto necesitamos: consuelo, sabiduría, fortaleza, protección, herencia…

Algo por lo que estoy sirviendo en GBUnidos con los adolescentes (GBE) —y esto no pretende ser una cuña publicitaria— es porque creo completamente clave despertar esta visión en cada uno de nosotros como agentes de transformación y transmisores de buenas noticias en el sitio en el que estamos. Imaginemos si desde adolescentes cogiéramos esta visión, ¿cómo cambiarían las cosas?

Quizás estar orando por el compañero de clase o del trabajo, mostrarnos amigos, tener detalles a través de los que vean que los demás nos importa, hacerles preguntas y escucharlos y, si es necesario, mostrar con respeto nuestra opinión. Creo que todo esto son formas prácticas que pueden hacer de nuestro entorno un lugar donde Jesús brille.

Durante estos años he visto y acompañado a adolescentes en el proceso de defender su fe en los institutos. Algunos de ellos han podido compartir de Jesús en clase y han podido responder inquietudes y preguntas de sus compañeros y profesores, ¡hasta algún profesor ha acabado asistiendo a la iglesia y otros compañeros se han entregado a Jesús!

Quizás, como a mí me pasó en mis trabajos antes de estar dedicado a la obra, en ocasiones, podemos escuchar burlas y risas con relación a nuestras vidas y nuestra fe, pero al final algunos compañeros nos buscan para escuchar de Dios, porque eso es lo que están buscando en su interior.

Dios nos ha hecho partícipes de su misión, pero no debemos olvidar que es SU misión. Y que antes de que nosotros lleguemos a las personas, Dios ya ha estado trabajando con ellas, quizás a través de circunstancias personales o a través de otras personas.

Nuestra misión no es obligar a nadie o convencer, de eso se encarga el Espíritu Santo. Hermanos, amigos: Dios no necesita que le defendamos, aunque nos guste entrar en intensas discusiones. Dios quiere que estemos presentes, cercanos al prójimo, que participemos de las realidades que nos rodean, con el fin de que vean a Jesús a través de nosotros y podamos proclamar su buena noticia.

Y Él hará su obra.

Si no estamos cerca de nuestros compañeros, ¿cómo vamos a conocer sus realidades? Si no estamos cerca de nuestra cultura ¿cómo vamos a conectar con ella? Estaremos hablando, pero dando un mensaje desconectado de la realidad. Necesitamos hablar menos y escuchar más. Necesitamos hacer más preguntas, ver dónde se encuentran las personas, conocer sus realidades.

Somos un país muy variado y rico en culturas. Algunos vienen de Marruecos, Ecuador, Colombia, Rumanía, Argentina, Venezuela, Perú, Reino Unido, etc., otros son españoles con ocho apellidos de pura sangre. Cada uno de nosotros comemos cosas distintas; unos comen cuscús, bandeja paisa, sarmale, arepas, ceviche, asado, fish and chips, pero al final todos, aunque no comemos lo mismo, sí tenemos la misma hambre.

El peso que puso Dios en el corazón del hombre (Eclesiastés 3:11) es algo que todas las personas de este mundo tienen. Necesitamos anunciar un evangelio relevante, que conecta de lleno con sus vidas y que no solo impacta sus vidas, sino también la vida de las personas que los rodean.

En ocasiones, somos culpables del mayor de los crímenes: convertir el mensaje más inspirador de la historia de la humanidad en el mensaje más soporífero, aburrido y desconectado de la realidad.

Hermanos, por favor:

El Evangelio es un hecho; por lo tanto, contémoslo con sencillez.

El Evangelio es un hecho gozoso; por lo tanto, hablemos de él con alegría.

El Evangelio es un hecho que se nos ha encomendado; por lo tanto, presentémoslo con fidelidad.

El Evangelio es un hecho de infinita importancia; por lo tanto, compartámoslo con pasión.

El Evangelio es un hecho de infinito amor; por lo tanto, contémoslo con sentimiento. El Evangelio es para muchos difícil de comprender; por lo tanto, ilustrémoslo hasta hacerlo comprensible.

El Evangelio es un hecho acerca de una persona; por lo tanto, prediquemos a Cristo.

Jesús habló con muchos de manera personal y conectó su mensaje a la realidad que cada uno vivía: la mujer samaritana, Zaqueo, Nicodemo, la mujer sorprendida en adulterio, Bartimeo, la mujer del flujo de sangre, el joven rico, el centurión romano, los dos del camino de Emaús, Pedro después de la resurrección, entre otros muchos.

Y todo esto que propongo de conectar con el otro, implica algo: debemos dejar nuestra comodidad. Estamos saturados de ocupaciones y no tenemos tiempo para invertir ni en nosotros mismos, ni en las personas que nos rodean, ni siquiera en las personas a las que queremos. Por eso nos resulta mucho más cómodo y sencillo invitar a la gente para que venga a nuestros locales (y muchos, ni eso solemos hacer) “hagamos nuestro servicio y hemos cumplido”. Tenemos el “check”. Otro punto más en nuestro carné de buenos cristianos.

Otra buena forma de saber cuánto nos importa la misión de Dios es ver cuánto estamos invirtiendo en ella.

¿Cuánto tiempo y dinero invertimos en lo que verdaderamente importa? Normalmente, gastamos o invertimos el dinero en aquellas cosas que más nos importan o que vemos prioritarias. Así que, propongo que nos hagamos algunas preguntas:

¿Cuánto de nuestro presupuesto como individuos o como iglesias va a comprar material evangelístico?

¿Cuánto de nuestro presupuesto invertimos en formación para aprender a crear puentes entre las personas y el evangelio?

¿Cuánto dinero invertimos en apoyar y sostener a aquellas personas que están dedicadas?

¿Cuánto dinero invertimos en apoyar a programas como “Buenas Noticias”, de alcance nacional por televisión?

¿Cuánto dinero invertimos en cenas con amigos no cristianos?

¿Cuánto dinero invertimos en actividades o necesidades de nuestro barrio o entorno?

Y ahora…

¿Cuánto dinero invertimos en sonido, en aires acondicionados, en comidas, móviles,

pantallas, en alquileres, en hipotecas, en viajes?

No crecemos por multiplicación y por alcanzar más zonas de nuestra ciudad. Preferimos comprar locales más grandes para estar bien a gusto todos juntos.

Pero no solo importa el dinero. Algún día seremos más conscientes de que el oro solo es el asfalto en su ciudad, como dice un cantante cristiano.

También algo que nos puede hablar claramente de prioridades es el tiempo que dedicamos.

¿Cuánto tiempo invertimos como individuos o iglesias en formarnos?

¿Cuánto tiempo invertimos en acompañar/discipular a otras personas (y no hablo de un cursillo rápido)?

¿Cuánto tiempo invertimos en orar por las personas que nos rodean?

¿Cuánto tiempo invertimos en orar por las personas dedicadas?

¿Cuánto tiempo pasamos escuchando desinteresadamente a los demás?

Repasemos nuestras agendas. Repasemos nuestra cartera. Repasemos nuestros corazones.

Parece que aquello de “examinadlo todo y retened lo bueno” se convirtió en “examinad a todos y exigid lo bueno”.

Qué diferente es ver a los obreros que tenemos (o teníamos) sostenidos en nuestras asambleas de hermanos y ver cómo esas mismas iglesias no ofrendan a esos fondos de sostenimiento. Y en vez de ser más autocríticos y pensar: “¿Por qué no lo hacen?

¿Quizás no será suficiente y no les alcanza?”, preferimos “denunciar” su práctica y así nos va. Tenemos fugas que salen a otras denominaciones o renuncian a su llamado porque asfixiamos su llamado antes siquiera de empezar.

Quisiera incomodar, pero no hacer daño.

Huyamos de la religiosidad, del conocimiento envanecido. Construyamos puentes. Amemos más. Perdonemos más. Hagamos más preguntas. Pensemos en el prójimo.

No nos confundamos ni olvidemos que nunca se trató de hacer, siempre fue cuestión de ser.

No es cuestión de saber más, no es cuestión de hacer una oración una vez y ya está, es cuestión de andar un camino, de hacerlo juntos y de dejar que su lámpara nos alumbre.

3/ Volver a su presencia

En Marcos 3:14-15, Jesús llama a sus discípulos por tres razones claras: para que estuvieran con Él, para predicar y para echar fuera demonios.

Este llamado sigue resonando para nosotros hoy. Es un recordatorio profundo de que, antes de cualquier acción, el primer llamado de Jesús es que estemos cerca de Él, que nuestra relación con Él sea lo que dé sentido a todo lo que hagamos. La misión comienza con la intimidad con el Maestro.

Necesitamos volver a Él con urgencia y seriedad. Hermanos, es tiempo de volver al principio. Necesitamos arrepentirnos y empezar de nuevo. En la Biblia encontramos varias advertencias que no podemos ignorar. En Mateo 7:21-23, Jesús nos alerta con estas palabras: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”.

Da igual cuántas veces hayamos predicado, hecho milagros o ayudado a otros, si no estuvimos verdaderamente con Él, si no compartimos una relación real con Él, todo eso pierde su valor. Es esencial que nuestra relación con Cristo sea el centro de nuestras vidas.

En Marcos 12:28-31, un escriba le pregunta a Jesús cuál es el primer mandamiento de todos. Jesús responde: “El primero de todos los mandamientos es: Oye, Israel: El Señor nuestro Dios, El Señor uno es, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. Este es el mandamiento principal, el primero. No se trata de hacer muchas cosas sino de estar con Él, de amarlo con todo nuestro ser.

No sé en qué momento exacto olvidamos que en su presencia hay plenitud de gozo, delicias a su diestra para siempre. En qué momento se nos enfrió el corazón, en qué momento perdimos ese primer amor, en qué momento pensamos que no necesitamos seguir los pasos de Jesús y apartarnos de todo el ruido para buscar la completa dependencia del Padre.

Yo conozco tus obras, tu arduo trabajo, paciencia y que no puedes soportar a los malos. Ya has probado a los que dicen ser apóstoles y no lo son y los has hallado mentirosos. Ya has sufrido, ya has tenido paciencia, ya has trabajado arduamente por amor de mi nombre y no has desmayado. Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído y arrepiéntete y …” (Ap. 2:2-5a) Volvamos al principio. “Recuerda, arrepiéntete”, nos invita la Palabra.

Vuelve al principio, pero esta vez junto a Él.

Para llevar a cabo la misión de Dios, necesitamos estar cerca de Él, como la luna refleja la luz del sol. Si no estamos cerca de Él, si no reflejamos Su gloria, nuestra misión pierde su propósito. El fin último de nuestra vida cristiana es participar en reconciliar todas las cosas

con Cristo, y para ello necesitamos depender completamente del Padre. Es a partir de esa relación con Él que podemos ser reconciliadores en el mundo.

Basta ya de teoría, tenemos demasiada teoría. Tomemos decisiones prácticas.

El llamado de Jesús es claro: estar con Él, amarlo con todo nuestro ser, y luego actuar desde esa relación transformadora. Hoy, te invito a tomar un momento para orar en silencio, desde donde te encuentres. Responde a lo que el Señor te está diciendo.

¡Volvamos al principio! Volvamos a Él y, a partir de allí, cumplamos nuestra misión en total dependencia del Padre.

Que este momento no sea solo el cierre de un artículo, sino el inicio de una conversación sincera con Dios.