Integrar a los jóvenes

Por : Miguel Palomo

Aunque veamos cómo nuestra juventud se aleja poco a poco irremediablemente, podemos reconocer fácilmente en alumnos y familiares la enorme dificultad de ser joven en nuestra época. Incertidumbre, miedo, ansiedad, odio y rechazo son adjetivos que siempre han existido, pero que inciden en nuestros jóvenes de un modo más directo que en generaciones anteriores. A eso hay que sumar el problema de haber nacido en pleno siglo XXI: es imposible desconectar del mundo y de los demás, siempre presentes en el mundo digital; la mentira es persistente, pues nadie es quien dice ser en redes sociales; la sociedad está cada vez más polarizada y radicalizada; y finalmente vivimos en un mundo en el que nada se mantiene, en el que las personas, las identidades, las ideologías y las realidades se diluyen y se modifican constantemente. Todo ello es fruto de vivir en la era de la posverdad, donde las verdades alternativas tienen más prevalencia que la verdad, donde no existe la Verdad con mayúsculas, sino que toda realidad es construida socialmente y las narrativas son más importantes que los hechos.

Ante esta situación, ¿cómo actúan las iglesias? ¿Cómo se enfrentan a estos retos? ¿Podemos enseñar a los jóvenes a nadar en una realidad tan compleja y difícil? Es más, ¿sabemos hacerlo nosotros, o para sobrevivir nos relegamos a nuestra burbuja? ¿Sabemos cómo es el mundo que hay ahí afuera?

Las iglesias suelen tener dificultades para alinearse con estos problemas que sufren los jóvenes. La mayoría de nuestros chicos están acostumbrados a escuchar del evangelio, han sido criados al amparo de las iglesias y han conocido bien las historias bíblicas desde niños en la escuela dominical. Pero el mundo que encuentran detrás de los muros de nuestros locales es despiadado y deshumanizante. Si no conseguimos que la relación de los jóvenes con la iglesia y con Dios esté bien fundamentada, es muy difícil que la balanza se equilibre hacia el lado correcto. No importa que estos jóvenes estén asistiendo a reuniones semanales para adolescentes, a multitud de eventos evangelísticos y a varios campamentos por año. Con el tiempo observamos que esa relación puede ser superficial y que el hábito no hace al monje.

Podemos discutir sobre las causas de esta situación, y seguro que nuestros hermanos psicólogos y sociólogos tendrían mucho que decir. Pero a simple vista, parece que los jóvenes buscan priorizar el mantenerse puros en sus acciones (enfocándose en lo que deben o no deben hacer, especialmente en temas de ética sexual), mientras que pocos parecen tener el mismo interés en cultivar la pureza de sus corazones, más allá de que se manifieste en acciones específicas. Esta presión por mantener una apariencia de perfección y santidad aumenta si hay expectativas sobre ellos, por ejemplo, en el caso de hijos de pastores o ancianos. Quizá en las iglesias también hemos tendido a centrarnos más en esas apariencias que en nuestros corazones. Pero al poner el foco en la imagen externa y no en la transformación interna, corremos el riesgo de crear una generación que sabe cómo actuar correctamente pero que no ha experimentado un verdadero cambio de corazón.

No debemos olvidar, por otro lado, que existe un cristianismo cultural muy atractivo para los jóvenes (y en auge en redes sociales) pero que tiene poco que ver con el cristianismo de los evangelios: nos referimos a la tendencia de exaltar valores tradicionales, estéticas religiosas, la abstención de placeres y comodidades y la defensa de ideas políticas para identificarlas con el cristianismo y luchar contra lo que en nuestra época se considera políticamente correcto. Incluso el famoso biólogo ateo Richard Dawkins se ha identificado como “cristiano cultural” muy recientemente, evidenciando que el cristianismo cultural poco tiene que ver con el cristianismo. Debemos ayudar a nuestros jóvenes a separar la paja del trigo, enseñándoles a discernir entre lo esencial y lo superficial en sus vidas. Estas guerras culturales solamente desvían la atención de aquello que verdaderamente importa: que nuestros jóvenes necesitan un corazón limpio de pecado y que ninguna ideología es capaz de ofrecérselo.

No hay duda de que la iglesia tiene un hueco por cubrir en la evangelización efectiva de los jóvenes. Ellos beben de lo que se les enseña en los hogares y en las iglesias, y podemos caer en el error de quedarnos en una relación superficial con ellos si no sabemos conectar con las dificultades en las que se desarrollan sus vidas. Pero aún más: me preocupa que esto no sea algo exclusivo de la juventud. Tendemos a fijarnos en ellos desde la distancia generacional, pero en realidad los jóvenes son parte de la iglesia y una extensión de la generación inmediatamente anterior. Dicho de otro modo: quizá sus actitudes sean un reflejo de lo que nosotros hacemos bien y de lo que hacemos mal.

La iglesia evangélica en España ha alcanzado muchos hitos. Hemos sabido adaptarnos e integrar a los adictos, a los presos, a las minorías, a los pobres y a los inmigrantes, pero se nos resisten aquellos que crecen a nuestro lado, quizá, precisamente, debido a esa cercanía. Convendría investigar y descubrir pronto lo que debamos corregir.

Nota :
Miguel Palomo es Doctor en Filosofía, en la actualidad ejerce como coordinador del grado de Ciencias de las Religiones y profesor ayudante en el Departamento de Lógica y Filosofía Teórica en la Facultad de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Autor de varios artículos de su especialidad, entre los que destaca Terrorismo, confusión epistemológica y “fake news”, nuevos problemas éticos en la sociedad digital. Muy activo en apologética a través de Youtube y RRSS en @filopalomo