Hijo: ¿por qué me bloqueas?
Cuando un compañero de trabajo se atreve a compartir que su hijo le ha bloqueado en el WhatsApp es que algo mucho más profundo que una discrepancia momentánea ha estado llenando de tristeza su corazón, hasta rebosar. Y lo que oímos no suele ser una anécdota graciosa, sino un grito ahogado de algo híbrido entre la culpa y la indignación.
La culpa por creerse responsable de haber provocado una reacción de defensa y rechazo, pero la indignación ante la voluntad de su hijo de dejar de leer sus mensajes y hacérselo saber.
¿Tenemos miedo de que nuestros deseos de beneficiar a otros a quienes amamos sean “premiados” de forma sistemática con rechazo y controversia? No es cómodo, pero al menos así hay oportunidad de dialogar, argumentar, entender, «rozar», en una palabra. Rozar es un verbo muy rico en matices y significado, según contexto. El roce entre dos cuerpos produce erosión, pero también comprensión, adaptación. Por eso se dice que el roce hace el cariño. Se pierden fragmentos, pero también hay partes de uno que quedan encastradas en el otro. Muchos hemos visto con disgusto el resultado de rozar nuestro coche con otro, con una pared o con un bolardo. Hay deformación e intercambio de materiales. La pintura de uno queda incrustada en el otro y pequeños fragmentos del otro quedan en el nuestro de forma casi permanente. Después del roce entre dos placas tectónicas hay un asentamiento y las deformaciones producidas configuran nuevos paisajes, en muchas ocasiones más bellos y espectaculares que los anteriores.
El Padre envió al Hijo a rozarse con los humanos, sus criaturas más amadas “y habitó entre nosotros y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.” En ese roce, Jesús dio y generó mucho amor, mucha admiración, pero también fue objeto del odio más injusto. En ese roce se dejó la vida pidiendo perdón para sus verdugos y de ese roce nació la nueva humanidad, su iglesia, llamada a seguir rozándose con el mundo y entre sí, para producir crecimiento y extensión del evangelio.
Sin embargo, como ocurre ahora con mucha frecuencia, los más amados llegan a ignorarse, se bloquean entre sí para evitar el roce, el intercambio de diferencias. Las relaciones se mantienen casi en exclusiva con quienes están de acuerdo en todo. Se autoafirman y se separan de los demás en un clima creciente de bandos y trincheras. En cuanto nos descuidamos, ese desprecio por el discrepante llega también a la congregación, entre iglesias locales y con la sociedad. Algo que nunca debiera ocurrir. Quizá la causa esté en que dejamos de seguir al Maestro en eso del roce entre nosotros y con el mundo. Aún más, que sea consecuencia de haber dejado de oír Su voz de forma voluntaria, para escuchar las nuestras, que nos libran de la controversia y el “peligro” de tener que admitir un fallo o aceptar un cambio. Sería un grave error evitar el roce con la Palabra de Dios y su contundente “deformación” de nuestra naturaleza caída. Su rico “intercambio” de materiales por medio de la oración y la obra del Espíritu Santo en nosotros. La Palabra y el Espíritu de Dios silenciados en nuestras vidas, nos dejarían a merced de nuestra propia opinión. Y desde luego, lo más preocupante sería recibir por medios alternativos, una pregunta firmada por el Señor, con este mensaje: Hijo, ¿por qué me bloqueas?
“… y una voz salió de la nube: Este es mi Hijo amado; a Él oíd.” Mr. 9:7