En las últimas esquinas

Por : Orlando Enríquez.

El pasado mes de junio, entró en vigor en nuestro país la Ley Orgánica de regulación de la eutanasia, aprobada en el congreso por una amplia mayoría. España se suma así a la lista creciente de países en los que ya no está penalizada, (es legal es Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Nueva Zelanda, Canadá, Colombia) regulando, además, el suicidio asistido, despenalizado en Suiza, Alemania, Japón, así como en varios estados de EEUU y de Australia.

Cualquier español o persona con residencia reconocida en nuestro país al menos doce meses, mayor de edad y consciente en el momento de solicitarla, lo puede hacer, siempre que esté informada a nivel médico acerca de su proceso y sufra una enfermedad grave e incurable o un padecimiento grave, crónico e imposibilitante.i Podrá solicitarla a su médico, quien, a su vez, comenzará con los trámites pertinentes, que no detallaremos aquí. En poco más de un mes, en el más lento de los casos, el paciente puede haber recibido la eutanasia.

Conceptos:

Es importante aclarar algunos términos, para evitar la confusión que en ocasiones observamos al respecto.

Eutanasia: provocar, con toda la intención, la muerte de una persona cuya vida no se considera que deba seguir. La finalidad de la eutanasia es acabar con la vida enferma. El objetivo que se busca, en primer término, es la muerte.

Suicidio médicamente asistido: en general, el personal sanitario facilitará los fármacos que el paciente usará para quitarse la vida. En Suiza se permite, además, el auxilio al suicidio, sin que tenga que llevarse a cabo por personal sanitario.

Sedación terminal: cuando se sabe que el paciente está en una situación conocida como “de últimos días”, o incluso “últimas horas”, está indicado el uso médico de analgesia y sedación para aliviar un sufrimiento intenso y/o agonía. Esto puede, tal vez, adelantar el momento del fallecimiento, pero no se busca en primer término acabar con la vida del paciente.

Encarnizamiento terapéutico: es el uso de medidas terapéuticas desproporcionadas, cuando se sabe que el paciente está en sus últimos días. Hacer esto es una mala práctica médica y, por desgracia, se ha llevado a cabo en ocasiones. En nuestra propia historia, la muerte de Franco fue un ejemplo de lo que pasa a este nivel en las sociedades cerradas, cuando sus “líderes máximos” enfermanii. El doctor Palma Gámiz, entonces el más joven del equipo médico que atendieron al dictador al final de su vida, dio cuenta de dicho encarnizamiento en su interesante libro El paciente de El Pardo.

La muerte: un tema tabú. Dependencia y dignidad.

En líneas generales, nuestras sociedades occidentales consideran la muerte un tema tabú. Hace ya tiempo que las funerarias se trasladaron fuera de la ciudad y todavía se prefiere morir en el hospital, de modo que todo lo relativo a ella se hace menos visible, y frente a las consideraciones de otras épocas, ahora muchos opinan que es mejor fallecer de manera repentina. Así, sin enterarnos. Lógicamente, detrás de esto está el comprensible miedo al dolor. De hecho, muchos están de acuerdo en que una de las características de nuestro tiempo es que hemos perdido la noción de que el dolor puede tener algo positivo, nuevas enseñanzas envueltas en lágrimas, que nos harán conocer dimensiones de mayor madurez. Nosotros, los creyentes, somos los primeros que tenemos que recuperar la teología del sufrimiento. Tendemos a evitar el que pueda tener lugar antes de morir, pero nos olvidamos de que una de las cosas de la vida de nuestros seres queridos que nos dejará una huella profunda es, precisamente, cómo afrontaron su muerte. Pero el temor sigue presente. En la recomendable entrevista que Jordi Évole le hizo a Pau Donés, el cantante del grupo musical Jarabe de Paloiii, cuando a este le quedaban pocos días de vida, el propio periodista comentaba: “mata más el miedo que la muerte”. “Cada uno se agarra al miedo que tiene”, decía también Ramón Sampedroiv en su día y el propio Ted Rosenthal, músico de Jazz, en los últimos meses de su vida comentaba: “no he sabido lo que era el miedo hasta que lo he visto en los ojos de los que me cuidaban”. Así que, es imprescindible afrontar nuestros propios miedos, identificándolos primero. Por ejemplo, se suele temer el llegar a depender de otros en las últimas etapas de la vida y, hasta un punto, es comprensible. Pero, si lo pensamos bien, nuestra independencia tiene mucho de fantasía, ya que en todas las etapas de la vida y en todos los aspectos de la misma, constantemente dependemos de los demás. Reconozcamos, pues, que sencillamente elegimos algunas áreas en las que nos cuesta dejar que otros nos ayuden. Nunca es fácil asumir los límites de una enfermedad y ver cómo se encogen las fronteras de la autonomía; por ejemplo, para las actividades básicas de la vida diaria, tales como comer, asearse, moverse… Se requiere también de la gracia sobrenatural de Dios para colocarnos humildemente en la posición de dejarse cuidar.

Por otro lado, para muchos, se puede llegar a unas condiciones consideradas “indignas” en las últimas esquinas de la existencia. Aquí hay que sacar de la mochila el bagaje filosófico que llevamos en nuestra cultura. Kant (1724-1804) fue un filósofo que ha influido enormemente en nuestro entorno occidental, concretamente subrayando la idea de que la dignidad del hombre tiene que ver con el hecho de que es capaz de regularse a sí mismo. O sea, esta dignidad se fundamenta en la autonomía del ser humano para darse a sí mismo las leyes por las que regirse. Simplificando mucho las derivadas, el problema surge cuando nos damos cuenta de que la autonomía siempre es un grado. A veces se pierde. ¿Dónde queda el fundamento, entonces, de la dignidad del ser humano? El planteamiento judeocristiano es, con creces, el único que otorga a la vida de cada uno el máximo valor, sabiendo que, portadores de la imagen y semejanza de Dios, el ser humano, por muy deformado que esté, por muchas deficiencias genéticas que presente, es completamente digno y, por tanto, merecedor del cuidado y respeto. Joseph Merryck (1862-1890) padeció una enfermedad que le produjo malformaciones físicas extremas. (Su caso inspiró al cineasta David Lynch en su premiada película “El hombre elefante” (1980). La sociedad maltrató durante mucho tiempo a Merryck, tildándole de monstruo y, como consecuencia, marginándole. Sin embargo, él llevaba dentro la huella imborrable de una madre que, durante los años de infancia, le llevaba al colegio para contrarrestar las posibles burlas. Ella, fiel cristiana que servía como maestra en la escuela dominical de su iglesia, le leía los salmos, siendo uno de los preferidos del niño, el salmo 23. Sabía ver, en medio de las malformaciones, a un hijo y a una persona amada. No es de extrañar que cuando murió, dejando a Merryck con 11 años, él siempre pensara que esa había sido una tragedia mayor que su propia enfermedad. Él mismo, cristiano también, eligió renunciar a la venganza y mostrar un carácter dulce y educado, para sorpresa de quienes trataban con él. Esto es abrir las puertas de par en par al mensaje restaurador de Jesús, que da dignidad a todos. Baste comparar la acción social ante los desfavorecidos, en países de trasfondo cristiano, con el existente en países de mayoría islámica, hinduista, budista, o aún en dictaduras en las que la vida es, más que un fin en sí misma, un medio al servicio de ideal impuesto con mano de hierro.

Algunas iniciativas para romper el tabú de la muerte son dignas de mención. Desde hace años, en varias ciudades españolas vienen teniendo lugar los llamados Death Cafe, siguiendo la iniciativa del sociólogo y antropólogo suizo Bernard Crettaz, quien pretendía romper la tiranía del silencio con respecto a la muerte. Se trata de quedar en una cafetería para tener un grupo organizado de discusión sobre la misma, sin un guion cerrado ni objetivos concretos. Así, se habla con tranquilidad de la muerte mientras se toma un café y un bizcocho.

Desde la perspectiva profesional, llama la atención la poca preparación en cuidados paliativos que existe en las Facultades de Medicina. Para muchos, como nos recordaba el profesor Cruz, el paciente terminal personifica el fracaso de la medicina moderna y sus sueños de inmortalidad ante el eterno fantasma de la muerte. Menos mal que en las últimas décadas, han surgido las Unidades de Cuidados Paliativos, con historia en su origen que mencionaré más tarde. Son equipos sanitarios multidisciplinares, que desarrollan una labor excelente de acompañamiento y manejo adecuado de los síntomas, cuando las enfermedades ya no se pueden revertir, pero aún hay mucho que se puede hacer por el paciente y su entorno. Lo que nos llama poderosamente la atención, hasta el estupor y la denuncia, es que a estas alturas no se haya desarrollado en nuestro país una Ley Nacional de Cuidados Paliativos, con su presupuesto correspondiente y su equilibrio territorial, reconociendo que, según los datos de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos, hay aún un 40% de los 130.000 pacientes que cada año requieren de estos cuidados, a quienes no es posible atenderv. Mientras tanto, desde las sombras pandémicas se ha dado a luz a la Ley de Eutanasia…

i El texto de la Ley Orgánica 3/2021, de 24 de marzo, de regulación de la eutanasia se puede consultar en https://www.boe.es/diario_boe/txt.php?id=BOE-A-2021-4628

ii José Luis Palma. El paciente de El Pardo. La imprevisible y larga agonía del General Franco. Edición digital, 2013. Eriginal Books.

iii “Eso que tú me das. Última charla con Pau Donés”, entrevista de Jordi Évole al famoso músico. En el momento de publicar esto, está disponible en la plataforma Atresplayer.

iv Los lectores recordarán el mediático caso de Ramón Sampedro Cameán (1943-1998) aquejado de tetraplejia desde los 25 años, quien solicitó reiteradamente el suicidio asistido, cosa que finalmente consiguió.

v Recomiendo los dos programas de divulgación sobre el tema Alternativas a la Eutanasia, que realizó el equipo de Buenas Noticias TV. Disponible en https://www.rtve.es/play/videos/buenas-noticias-tv/alternativas-eutanasia/5838817/