El Cuarto Cántico del Siervo (ISAÍAS 52:13-53:12)

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Por : David Burt

INFANCIA Y RECHAZO (ISAÍAS 53:1-3)

La segunda estrofa del cántico es la primera de dos estrofas históricas en las cuales el poema profetiza cómo será la vida del Siervo de Yahweh (la segunda de ellas se encuentra en 53:7-9). Aquí, el profeta concentra nuestra atención en dos temas: por un lado, el nacimiento y crecimiento del Siervo en su niñez; por otro, su progresivo rechazo y desprecio por parte de la gente (¡nosotros!). Es decir, la información histórica acerca del crecimiento del Niño va intercalada en medio de expresiones de sorpresa y desagrado.

Estos dos temas van alternándose, formando así una estructura simétrica (¡dentro del gran quiasmo del Cántico!):



A1. Nuestra reacción: incredulidad (53:1): ¿Quién ha creído a nuestro anuncio?

B1. La historia del Siervo: su nacimiento e infancia (53:2a): Subirá cual renuevo delante de él…

A2. Nuestra reacción: no impresionados (53:2b): No hay parecer en él, ni hermosura…

B2. La historia del Siervo: su rechazo (53:3a): Despreciado y desechado, varón de dolores…

A3. Nuestra reacción: desprecio (53:3b): Escondimos de él el rostro… no lo estimamos.

El anuncio del profeta provoca asombro y escepticismo (53:1)

Al introducir este pasaje, el profeta se dirige al Señor planteándole dos preguntas. La primera de ellas (Adonai, ¿quién ha creído a nuestra noticia?) expresa la angustia o perplejidad del profeta. Él comprende que el mensaje que tiene que comunicar es tan sorprendente que será recibido mayormente con escepticismo e incredulidad. En principio, nadie lo creerá. La gente en general mirará los eventos de la vida del Siervo sin comprensión, sin ver en ellos “la voluntad de Dios prosperada” (53:10). Si el profeta fuera a intentar explicarlos, la gente se reiría. En otras palabras, lo que el profeta está a punto de exponer en este capítulo es tan asombroso, tan chocante, que va en contra de todas las expectativas de los hijos de Israel y les costará creerlo.

Aunque la profecía parece referirse principalmente a la incredulidad de los judíos, Pablo la cita en Romanos 10:16, aplicándola al rechazo general del evangelio: No todos obedecieron al evangelio, pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?

De manera parecida, la segunda pregunta tiene la intención de provocar asombro en nosotros: ¿Y a quién fue revelado el brazo de Adonai? En las Escrituras, el “brazo del Señor” no suele referirse a alguien que actúa como agente del Señor, sino al Señor mismo actuando con todo su poder. Por tanto, la pregunta viene a significar: “¿En quién se ha manifestado el poder de Dios?”. Naturalmente, dados nuestros prejuicios humanos, nuestra respuesta a esta clase de preguntas sería: “En algún guerrero poderoso o líder de masas; un Moisés, por ejemplo, que pudo separar las aguas del mar, o un Elías que pudo hacer descender fuego del cielo”.

Pero la respuesta asombrosa es que el poder de Dios se manifiesta aún más perfectamente en el humilde Siervo del Señor. El brazo de Dios, el despliegue de su poder, la realidad de su propia Persona, se manifestarán en el Siervo, tanto en su humillación como en su exaltación. El que el humilde y aparentemente indefenso “Siervo del Señor” sea la respuesta correcta a esta pregunta se ve en que la persona que revela el brazo del Señor tiene que ser la misma que es el sujeto del verbo “crecerá” (o “subirá”) del versículo 2.

Sí. El asombro de este texto es que la manifestación suprema del poder de Dios no ha de buscarse en el gobernador romano, Poncio Pilato, ni en el rey Herodes, ni en el mismo emperador de Roma, sino en el humilde carpintero de Nazaret. Ya, siglos antes de su nacimiento, Cristo está poniendo los valores sociales patas arriba. El Dios omnipotente no reside con aquellos que el mundo tiene por poderosos, sino con los humildes de corazón. Pero, por supuesto, si alguien fuera a anunciar que Jesús de Nazaret era la suprema manifestación del poder de Dios, su anuncio sería recibido con incredulidad (53:1a) o con desprecio (53:1b).

El nacimiento y crecimiento del Siervo (53:2)

El anuncio del profeta, por tanto, no tiene un futuro muy prometedor. Y esta respuesta de desprecio y escepticismo solo irá en aumento cuando se conozcan los detalles del nacimiento y crecimiento del Siervo. Este es el tema del versículo 2. Aunque Jesucristo, el Siervo, es la suprema manifestación del brazo de Dios, sin embargo, nadie iba a darse cuenta de ello, y eso por varias razones.

En su primera venida, él iba a aparecer en la tierra, no como un Rey en majestad y gloria con un fasto tal que todo ojo lo vería (Apocalipsis 1:7), sino como un mero “renuevo” (o “raíz”). Cuando una semilla germina y empieza a brotar, inicialmente es algo tan pequeño que resulta imperceptible. Igualmente, el Mesías, el Siervo de Dios, iba a iniciar su vida terrenal de una manera imperceptible.

Ciertamente, iba a ostentar títulos muy gloriosos (4:2; 11:1; Jeremías 23:5; 33:15; Zacarías 6:12), pero serían títulos que indicarían también su gran humildad. Desde luego, en su segunda venida aparecerá en gloria y majestad con todos los atributos de su realeza, pero su primera llegada sería escondida, casi clandestina, como el nacimiento de un niño cualquiera, totalmente terrenal o natural en apariencia.

Nacería en la pequeña Belén (Tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá; Miqueas 5:2) y, después de una estancia en Egipto como refugiado político, crecería en la despreciada Nazaret (¿De Nazaret puede salir algo bueno?; Juan 1:46). Sería el rebrote de una familia oscura, una raíz en tierra seca, procedente de la Galilea de los gentiles, no de las tierras de solera, las de Judea. La imagen de un retoño abriéndose camino con dificultad a través de una tierra compacta y endurecida recibe su plena interpretación en la vida de Jesucristo descrita en el Nuevo Testamento: la humildad de su familia, el pesebre como cuna, los discípulos de clase obrera, mayormente pescadores, su popularidad entre la gente común y su rechazo por los estamentos religiosos más respetados, su muerte entre dos malhechores, los miembros de su iglesia, pobres y humildes, no muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos ni muchos nobles, antes bien, lo necio del mundo, lo débil y lo vil (1 Corintios 1:26-28).

Este énfasis sobre el crecimiento “secreto” del Siervo se corresponde con otras profecías bíblicas: por ejemplo, Zacarías 6:12: He aquí el varón cuyo nombre es el Renuevo, el cual brotará de sus raíces. Es decir, el Siervo crecerá en el lugar de su “plantación” o nacimiento; no aparecerá de una manera espectacular, sino tendrá una aparición normal y corriente.

Sin embargo, iba a crecer “delante del Señor”: Dios vería y aprobaría su crecimiento y maduración, pero estos serían velados a la inmensa mayoría de sus contemporáneos. La frase también parece indicar una especial sensibilidad a Dios y a las cosas de Dios, sensibilidad que vemos cuando, a la edad de solo doce años, dice a María y José: ¿No sabíais que me es necesario estar en lo de mi Padre? (Lucas 2:49). Aunque los Evangelios no revelan mucho acerca de la niñez y juventud de Cristo, este texto de Isaías sugiere que, desde el principio, la vida de Jesús tuvo una orientación más “teocéntrico” que “antropocéntrico”. Pero el solo hecho de que viviera más de cara a Dios que de cara a los hombres ofrece una razón más por la cual iba a crecer “clandestinamente” o, por así decirlo, en el anonimato.

No iba a llevar marcas de especial rango o distinción. No tendría ni “parecer”, ni “hermosura”, ni “atractivo”. De Raquel se dice que era de lindo semblante y de hermoso parecer (Génesis 29:17); y de José que era de hermoso semblante y bella presencia (Génesis 39:6). No es que Jesús tuviera necesariamente un aspecto feo, sino que no destacaría por una especial belleza física, ni “atractivo”, es decir, no tendría ninguna de las características que solemos encontrar en una persona importante.

En resumidas cuentas, no había nada espectacular en el aspecto externo de Jesús de Nazaret para indicar inequívocamente que fuera el Mesías. No ostentaba ninguna dignidad, ninguna de las señales de la majestad. Por tanto, era difícil imaginar que él pudiera ser el prometido Rey. La humildad y la clandestinidad iban a ser las marcas del verdadero Siervo.

El Siervo despreciado y rechazado (53:3)

Como consecuencia de su infancia “clandestina” y de la falta de toda marca externa de su condición ilustre, el Siervo iba a conocer el desprecio, la infravaloración y el rechazo. Fue ignorado (escondimos de él el rostro) y despreciado (fue menospreciado y lo tuvimos por nada); no fue apreciado ni amado como se merecía. En general, la gente de entonces no fue corriendo a seguirlo, sino que respondió ante su enseñanza y sus obras con un entusiasmo superficial, pero con poco compromiso. ¡Exactamente como hoy! Aun la mayoría de aquellos que inicialmente decían que creían en él, posteriormente volvieron atrás (Juan 6:66). Este rechazo fue el comienzo de los sufrimientos del Siervo. Tenía que cumplir una misión salvadora, una misión terriblemente difícil y desagradable: Jehová el Señor me abrió el oído, y yo no fui rebelde, ni me volví atrás (50:5). Y uno de los factores que la complicaron fue la animosidad precisamente de aquellos a los que había venido a salvar.

Como consecuencia, aun antes de la cruz y a lo largo de su ministerio terrenal, él fue “varón de dolores, experimentado en quebranto”. Recibió golpes morales, psicológicos y emocionales toda la vida. Conoció en profundidad lo que era ser quebrantado por diversas formas de sufrimiento: experimentado en quebranto.

Conclusión

Así pues, con estos breves versículos el profeta resume el ministerio terrenal de Jesús. Por así decirlo, Isaías 53:1-3 se corresponde con los primeros capítulos de los cuatro Evangelios, hasta el relato de la pasión.

Sin embargo, estos versículos no solamente nos hablan del Siervo, despreciado y rechazado por los hombres, sino que también constituyen un alegato contra los seres humanos que lo rechazan. Como dice Alec Motyer en su impresionante comentario sobre Isaías: Con estas palabras, Isaías completa un diagnóstico de nuestra condición humana… Ver al Siervo y no detectar hermosura en él revela la bancarrota de las emociones humanas; unirse a quienes lo desprecian y rechazan evidencia lo perdida que está la voluntad humana; evaluarlo y llegar a la conclusión de que no vale nada condena nuestras mentes, corrompidas por nuestra pecaminosidad. Así… tenemos cerrado todo camino mediante el cual, por naturaleza, podríamos llegar a la verdad y responder a Dios. Lo único que puede hacer que reconozcamos al Siervo y atraernos a él es la revelación divina.

Tú has nacido y crecido sin destacada importancia social: No sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es (1 Corintios 1:26-28). Tú puedes haber recibido desprecio, insulto o rechazo como consecuencia de tu fe y testimonio. ¡El Señor antes que tú! Incluso, si no somos insultados, despreciados o marginados, hacemos bien en preguntar si estamos dando buen testimonio.

Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado… Si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello (1 Pedro 4:14-16).