Soberbia, Saciedad de pan y abundancia de ociosidad

(Ezequiel 16:49)

En un contexto de juicio sobre Judá, Ezequiel compara la conducta de los judíos con la que en su momento manifestaron los habitantes de Sodoma: He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan y abundancia de ociosidad.


Tres características que podrían aplicarse perfectamente a nuestra civilización.


Soberbia. Conciencia de ser autosuficientes, de tener soluciones para casi todo, de contar con una tecnología que logra metas nunca imaginadas con el dominio de la ciencia. Cambiamos los ladrillos de Babel por otros ladrillos diferentes, microscópicos, llamados “chips” y con ello creemos poder controlarlo todo. Hasta los mensajes de ánimo dirigidos a la población en esta pandemia van en la misma línea: “Venceremos, resistiremos, podremos más que el virus…” . Sin menospreciar las expresiones que nos llevan a todos a levantar el ánimo, ¿no hay en el fondo un “no necesitamos ninguna ayuda fuera de nosotros porque podemos hacerlo por nosotros mismos”?


Sin duda necesitamos una lección de humildad; hemos de entender bien lo vulnerables que somos. Esto podría abrir la puerta a que los que aún no lo han hecho miraran a lo alto, buscaran a Dios, clamaran, como hicieron todos los redimidos del salmo 107 en circunstancias sin salida. Es bueno lo que muchos dicen acerca de lo que aprenderemos cuando todo esto haya pasado: valorar más las relaciones familiares y humanas, ser más solidarios, mostrar más empatía con los demás,… ¡Ojalá!, pero no es suficiente, eso no salva.


Saciedad de pan. Formamos parte de una cultura que ya no se conforma con comer, con estar satisfechos, sino que tiende a la saciedad. Uno de los ídolos modernos con el que somos bombardeados en programas de televisión es la gastronomía. Comer en restaurantes que tengan “estrellas michelín” es una forma de prestigio social, y más para los restauradores distinguidos por tal reconocimiento. Se valora más comer por placer que comer por necesidad, aunque en esa misma sociedad haya tantas personas en situación de pobreza. España tira al año 1.300 millones de kilos de alimentos a la basura. Unos saciados de pan, otros saciados de injusticia.


Abundancia de ociosidad. Quizás sea la característica más llamativa de nuestra “poderosa” civilización, el gran desarrollo de la industria del ocio. ¡Prohibido aburrirse!, esta es la consigna. Al “comamos y bebamos” a lo que Juan del Encima añadía “y cantemos y holguemos”, hemos de añadir nosotros “y divirtámonos”, que mañana moriremos. En esto consiste la finalidad de la vida. El ciudadano convertido en un consumidor que a su vez convierte todo lo que le rodea en objetos de consumo, incluidas las relaciones sociales. El trabajo se convierte así en el medio para hacer posible dicha finalidad. ¡Qué triste!


A todo esto hay que añadir un pecado aún más grave. Somos una civilización que se opone abiertamente a las raíces de su propio pasado, a la herencia cristiana que nuestra cultura actual desea negar. Parece como si los que dirigen el timón de la nave tuvieran delante una lista de todos los valores cristianos que nos han hecho ser lo que somos y se esforzaran en inventar leyes para transgredirlos uno a uno.

No debemos asustarnos si entendemos que estamos bajo un severo juicio de parte de Dios, entendido este como una excelente oportunidad para reaccionar, para cambiar el rumbo. Precisamente porque Dios ama al mundo no puede quedarse cruzado de brazos viéndole ir a la perdición. Sin dolor no hay manifestación de la enfermedad, ni diagnóstico, ni terapia, ni curación. Como dice el autor del libro de Lamentaciones, al que podríamos imaginar como contemplando una ciudad recién bombardeada: Porque el Señor no desecha para siempre; antes si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias; porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres. (Lam 3:31-33). Detrás de la cara visible del juicio está sin duda la cara oculta de la misericordia. La obra de la cruz es el mayor y mejor claro ejemplo de ello.


¿Y para nosotros? Es curioso que todos los mensajes de ánimo que damos y recibimos los creyentes en estos días se concentren en tres asuntos, los tres oportunos y legítimos: nuestro consuelo ligado a nuestra esperanza y confianza en Dios, la conciencia de pasar por un tiempo de oportunidad para que el mundo reaccione en el sentido arriba indicado y nuestra misión como intercesores ante el trono de la gracia. Pero falta uno que es esencial: la necesidad que tenemos los creyentes de arrepentimiento y confesión de nuestro pecado. ¿Pecado? ¿Cuál? Si cada uno de nosotros ya hemos reaccionado, hemos mirado al cielo, hemos sido reconciliados con Dios por la obra de Cristo. ¿Arrepentirnos de qué?


Cuando Ezequiel habla de una ciudad soberbia, saciada de pan y con abundancia de ociosidad, no se dirige en ese momento a Sodoma, juzgada y destruida por Dios varios siglos antes, sino a Jerusalén, a la que compara con aquella. El mensaje de Ezequiel era para el pueblo de Dios. Su delito era que habían adoptado el estilo de vida de los habitantes de Sodoma. El profeta no menciona la sodomía, aunque esté presente en el relato de Génesis, sino una manera de vivir volcada en el materialismo, consumismo decimos nosotros, y en el considerar la vida como una fuente constante de ocio.


¿Acaso no nos hemos contagiado también nosotros, en mayor o menor medida, de esa misma forma de vivir que describe Ezequiel? ¿En qué nos diferenciamos? Nos gusta la “buena vida”, rechazamos la austeridad como un mal recuerdo del pasado, aprovechamos cualquier oportunidad para “salir de la rutina” en cuanto tenemos a la vista unos cuantos días festivos juntos, o practicamos el “shopping” en los centros comerciales con una frecuencia absolutamente innecesaria. Eso sí, nosotros no creemos que seamos consumistas, lo son los demás, sino que disfrutamos de la vida de manera piadosa, dando gracias a Dios.

A Juan le fue dado contemplar con estupor la realidad de Babilonia. Conocía muy bien la civilización romana, su soberbia, su saciedad de pan y su abundancia de ociosidad, como Sodoma o como la “babilonia” en que nosotros vivimos. Pero para verla en toda su realidad tuvo que contemplarla desde lejos, me llevó en el Espíritu al desierto, (Ap.17:3). Dentro de Babilonia, cuando se está participando de la vida de ella, no se puede ver la realidad de Babilonia. Por eso, salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados…(Ap.18:4). Solo saliendo y mirándola de lejos podremos valorar la maldad de esta civilización que llama a lo bueno malo y a lo malo bueno, que reclama derechos que son verdaderas abominaciones para Dios.


¿Salir, cómo? El apóstol Pablo lo dice muy claro: Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto. (Rom 12:2).

Cuando cese la pandemia el mundo no volverá a ser el mismo, ni la economía de los estados, ni la economía de las personas; nos lo están diciendo los propios líderes de las naciones. ¿Miraremos nosotros como nos dice Juan que miraron los mercaderes que se habían enriquecido, llorando y lamentándose? (Ap.18:15). ¿Nos acordaremos con nostalgia del pescado que comíamos de balde en Egipto, y de los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos en lugar de mirar a nuestro llamamiento? ¿O seremos como la mujer de Lot que, aunque corría, en su interior no se había despegado del estilo de vida de los habitantes de Sodoma?

Es momento de arrepentimiento y confesión, y de ser dóciles para dejarnos transformar por el Señor. Sin ello nuestros ojos no se aclararán, nuestra intercesión por el mundo será muy torpe y nuestro testimonio muy superficial. La langosta ha llegado y cuando la langosta llega, llega para todos. Ha llegado el tiempo de comenzar el juicio por la casa de Dios (1Pe.4:17).