Defender la fe: un tímido y atrevido acercamiento
Fotografía de Timur Shakerzianov en Unsplash
Por: José María de Rus
La fe cristiana, lejos de ser un salto ciego en la oscuridad, o un lavado de cerebro, se presenta desde sus orígenes como una cosmovisión a la que uno se puede acercar con la razón, defendible y, sobre todo, verdadera. En un mundo de narrativas cambiantes y escepticismo creciente, la disciplina de la apologética resurge con una pertinencia inusitada—y siempre ha operado así. No se trata de una moda teológica (basta con leer a los padres apologistas de los primeros siglos del cristianismo) sino de una necesidad imperiosa para el creyente que desea amar a Dios con toda su mente y amar a su prójimo ofreciéndole respuestas honestas a sus preguntas más profundas. Este acercamiento al que he llamado «tímido» al mismo tiempo que «atrevido» explora los fundamentos, retos y estrategias de la apologética, por si sirviera para alentar a unos o despertar a otros.
1. Defensa desde la razón y el amor
El término «apologética» proviene del término griego apologia, que significa básicamente presentar una defensa o una respuesta razonada, como la que haría un abogado en un tribunal. Pero una apologética bien construida no sólo responde, sino que también formula las preguntas adecuadas en un acto de interlocución. El texto bíblico clave tradicional y fundamental es: «sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa (apologian) con mansedumbre y reverencia (temor respetuoso, phobon) ante todo el que os demande razón (logon) de la esperanza que hay en vosotros» (1 P 3:15).
Es de notar que Pedro ofrece las tres condiciones bajo las cuales hacer apologética:
Desde la palabra (apo-logia), para nosotros la Palabra revelada en y de Jesucristo.
Con mansedumbre, sin asperezas. Hasta la apologética debe presentarse con amor. Sería algo así como agapologética—agape y apologética: un amor lleno de defensa y una defensa llena de amor.
Con reverencia, porque la carga racional y espiritual que te alcanzó a ti en gracia y misericordia debe ser la misma que alcance a otros.
La apologética, por tanto, es la presentación de la razón de nuestra fe con argumentos de mayor o menor carga racional. Su objetivo no es ganar una batalla verbal ni humillar al oponente, sino mostrar por qué el Evangelio tiene sentido y es objetivamente fiable y verdadero. Lamentablemente, las redes sociales se prestan a esto como escaparate de nuestras ínfulas. Una apologética que se precie, debe también saber escuchar cómo se expresa nuestra cultura a través de la música, el cine, la literatura, la pintura, la arquitectura, las publicaciones en redes sociales… porque todo eso proclama su propio discurso y desarrolla su propia liturgia. Imperiosamente necesitamos conocer y entender el lenguaje y el tejido narrativo que nuestra generación usa para comunicarse. Un buen libro que recomendaría al hilo de esto es Teología Pop, 21 ensayos para pensar la fe y la cultura en el siglo XXI (Lucas Magnin, Editorial CLIE).
Creo que a todos nos queda claro que el fundamento de la apologética es la mismísima persona de Jesucristo, en quien, en palabras de Pablo, «están escondidos todos los tesoros (tesauros) de la sabiduría (sophía) y del conocimiento (gnosis)» (Col 2:3). ¡Ay del apologeta que confía en su propia elocuencia y raciocinio!, uno debe descansar en el papel persuasivo y definitivo del Espíritu Santo (1 Co 2:4-5). El medio adecuado es el respetuoso y amoroso diálogo que busca la escucha activa, que hace propuestas y desafía, en agudo contraste con la polémica—lucha que busca solo la confrontación. En este sentido, la apologética es considerada a menudo por muchos como una etapa preevangelística, una primera aproximación racional a las verdades del Evangelio que derriba barreras intelectuales y existenciales (2 Co 10:5) que asienta las bases de la posterior fe.
2. Breve recorrido histórico y enfoques modernos
La necesidad de presentar defensa de la fe y la esperanza que tenemos no es nueva. En los primeros siglos, los conocidos como Padres Apologistas (siglos II y III) como Justino Mártir, Orígenes o Tertuliano se levantaron para defender la fe cristiana en dos ámbitos: de las acusaciones e imposiciones del Imperio Romano, como el culto al emperador y a deidades locales, y de las herejías internas que amenazaban con distorsionar el mensaje, como el gnosticismo, el montanismo o el adopcionismo. Estos padres trabajaron bajo el principio de «creer para entender y entender para creer», estableciendo que la fe cristiana es una fe razonable, argumentable y defendible.
A lo largo de la historia, los enfoques han evolucionado al mismo ritmo que las categorías filosóficas para ir respondiendo a preguntas cambiantes. Grosso modo, podemos identificar varios enfoques principales en el plano de la apologética:
Apologética clásica: Esta se centra en el uso de argumentos racionales para establecer primero la existencia de Dios (teísmo) para posteriormente afirmar la veracidad del cristianismo. Utiliza argumentos como el cosmológico (el universo tuvo un comienzo, por lo tanto, necesita una causa), el teleológico (el diseño y ajuste fino del universo apuntan a un diseñador y una finalidad) y el moral (la existencia de una ley moral objetiva apunta a un legislador moral). Los representantes más conocidos de esta corriente son Agustín de Hipona (s. IV), Anselmo de Canterbury (s. XI) y en nuestro siglo, William Lane Craig.
Apologética científico-filosófica o evidencialista: Popularizada en el siglo XX por autores como Josh McDowell con su influyente obra Evidencia que exige un veredicto (publicada en inglés en 1972) o Más que un carpintero (1977). Este enfoque se concentra en las pruebas históricas que «validan» las Escrituras y, en especial, la resurrección de Jesucristo. Este enfoque, al que podemos llamar científico-filosófico, está presente en la obra de autores como el Dr. John Lennox, quien aborda la condición humana y muestra cómo la cosmovisión cristiana da una respuesta más coherente y satisfactoria que el resto de cosmovisiones alternativas. En sus obras, Lennox debate con rigor académico y cordialidad cristiana acerca de los límites de la ciencia y la relevancia de la fe: ¿Puede la ciencia explicarlo todo? (CLIE); los planteamientos y refutaciones al nuevo ateísmo: Disparando contra Dios (Andamio); o su clásica refutación a la idea de que la ciencia ha eliminado la necesidad de Dios: ¿Ha enterrado la ciencia a Dios? (Andamio-CLIE, y actualmente RIALP)
Apologética contemporánea (existencial y cultural): Responde a las grandes y profundas preguntas del ser humano que la modernidad ha dejado sin respuesta convincente y sólida: ¿qué es la verdad?, ¿tenemos libre albedrío?, ¿cómo surgió la conciencia?, ¿qué es la moral? No quisiera olvidar aquí al finado Francis A. Schaeffer, quien manejó adecuadamente el punto de encuentro entre la desesperanza del no creyente con la esperanza cristiana para abordar la ausencia de sentido, significado y esperanza de la existencia humana sin Dios y mostrar cómo el cristianismo es el acercamiento más racional que se puede argumentar.
Apologética espontánea: Digamos que esta es la apologética que se responde con la propia vida. Aunque se le pudieran achacar tintes subjetivos o experienciales, no debe desecharse por la carga evidencial que también tiene. Se basa en el testimonio de una vida transformada por el Evangelio y formada en el Evangelio, que actúa como una «estructura de credibilidad» o «estructura de plausibilidad» para el incrédulo. Los cristianos somos el andamio sobre el cual otros pueden llegar a ver si la fe tiene sentido. Aquí los máximos representantes somos tú y yo en nuestro contexto particular. Ese espacio dentro del cual la fe se hace creíble es nuestra propia cotidianeidad. Dos ejemplos bastarán: Uno de estilo intencional. Jn 1:43-46. Ante la pregunta escéptica de Natanael de si de Nazaret podía salir algo bueno, Felipe le responde: «Ven y ve [compruébalo tú mismo]». Otro de estilo más natural: 1 P 3:1,2. Ante la negación a obedecer el Evangelio por parte del consorte no creyente, lo que mejor apologética hace es una vida recta y una conducta respetuosa que «hablará sin palabras» (v. 1, NTV)
3. Retos contextuales en el mundo iberoamericano
Hacer apologética en Iberoamérica requiere una comprensión profunda del complejo mosaico de cosmovisiones y desafíos particulares que cada país o región posee. La vieja Europa de la que España forma parte dista mucho cultural y existencialmente de la de países latinoamericanos con los que compartimos idioma. El mensaje del Evangelio debe permanecer inalterado, pero las estrategias deben contextualizarse a cada país.
Cosmovisiones en continuo diálogo y necesaria tensión
El panorama religioso considerado globalmente es un crisol donde conviven:
Cristianismo bíblico: Aunque con una presencia creciente, sigue siendo minoritario en muchos países, con cifras que varían drásticamente, desde un 47% en Honduras a un 2% en España.
Catolicismo popular: A menudo, es la cosmovisión cultural dominante, aunque su práctica y convicción varíen enormemente entre países.
Sincretismo religioso: Una característica distintiva de algunos países es la combinación de creencias paganas y cristianas, un legado de la historia donde a menudo se «cristianizó» el paganismo en lugar de producirse una conversión genuina.
Secularismo y postmodernismo: Especialmente en los centros urbanos y entre las generaciones más jóvenes, se rechaza la idea de una verdad radicalmente absoluta. El sustrato de creencia en Dios, que antes se presuponía, se ha perdido. Esto da lugar al relativismo, donde la idea de «tu verdad vs. mi verdad» se convierte en la norma.
Post–cristianismo. Muy en relación con la anterior cosmovisión, pero con un marcado énfasis en el rechazo del cristianismo como raíz y fuente de la moral e identidad de muchos países. Diríamos que se recibe la herencia, pero nos importa un bledo el testador. ¡Qué bien les haría a nuestras sociedades recordar lo que hizo Isaac cuando cavó de nuevo los pozos que su padre Abraham había cavado y nombrado, y que los filisteos taparon! ¡Cuántos filisteos se han levantado para tapar los pozos que el cristianismo abrió! ¡Seamos nosotros ese bendito Isaac! (Gn 26).
Desafíos apologéticos externos e internos
El apologeta en estos contextos se enfrenta a retos tanto fuera como dentro de la iglesia. Algunos de ellos son los siguientes:
Cientifismo: La postura filosófica que afirma que la ciencia es la única forma válida de conocimiento. La pregunta «¿Puede la ciencia explicarlo todo?» se vuelve central. Autores como el ya mencionado profesor emérito de Oxford, John Lennox y el catedrático en Biología Antonio Cruz, con obras como La huella de Dios, argumentan que la ciencia y la fe no solo no son incompatibles, sino que la ciencia misma revela indicios de un Creador. El cientificismo, argumentan, no es una conclusión de la ciencia, sino una presuposición filosófica.
El problema del mal: Quizás sea el desafío emocional y filosófico más potente: ¿cómo conciliar un Dios bueno y todopoderoso con la existencia del mal y el sufrimiento? La pregunta «¿Dónde está Dios en todo el sufrimiento?» resuena con fuerza en una región marcada por la desigualdad y la violencia. La respuesta cristiana debe apuntar indefectiblemente a la cruz, donde Dios mismo irrumpe con su ternura y su fuerza en el sufrimiento humano para redimirlo.
El legado colonial: La historia de Iberoamérica presenta una herencia bastante ambigua, donde la religión fue a menudo impuesta junto con sistemas de desigualdad económica y social. Una apologética sensible debe reconocer este legado y diferenciar el mensaje de Jesús de las estructuras de poder que históricamente lo han distorsionado.
Apologética interna: Dentro de la iglesia evangélica, surgen tensiones teológicas que requieren una respuesta apologética. Movimientos como el neopentecostalismo (con su énfasis a veces desmedido en la prosperidad y experiencias subjetivas), otros neos que resurgen como esnobismos intelectuales y teológicos, entre los que contar a la neoortodoxia (que, aunque reacciona contra el liberalismo, a menudo presenta una visión debilitada de la autoridad de las Escrituras) y que plantean retos a la fe histórica.
4. Hacia una apologética contextualizada y eficaz
Ante este panorama, ¿cómo podemos defender la fe de manera efectiva? La estrategia debe ser multifacética al mismo tiempo que intencional. Estas son algunas sugerencias:
Fundamentación en la narrativa bíblica: Toda defensa, ya sea de cara al inconverso o al converso, debe estar anclada en la gran historia de la Biblia, desde la Creación hasta la Nueva Creación. No ofrecemos argumentos aislados, sino una cosmovisión completa que da sentido a la realidad. Debemos ser, pues, como el apóstol Pablo en Atenas (Hechos 17), que analizó la cosmovisión de sus oyentes («veo que sois muy religiosos») y usó sus propias fuentes culturales («como algunos de vuestros propios poetas también han dicho»), con las categorías filosóficas de su época para tender los necesarios puentes hacia el Evangelio.
El poder del testimonio personal: En una era que desconfía de las grandes narrativas, con personas hastiadas de vacíos discursos, la historia personal de una vida transformada es increíblemente poderosa. El testimonio no es una prueba lógica, pero funciona como una estructura de plausibilidad que abre la puerta a la consideración de las afirmaciones del Evangelio. Muestra que la fe no es una teoría abstracta, sino una realidad viviente. No nos sorprende que Jesús así lo afirmara: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuvierais amor unos con otros» (Jn 13:35), o como lo vierte la NTV: «El amor que tengáis unos por otros será la prueba ante el mundo de que sois mis discípulos». ¡Tamaña responsabilidad!
Practicar el diálogo intercultural: Debemos evitar el monólogo (y hasta el duólogo) y buscar un verdadero diálogo, sin miedos, sin complejos de inferioridad, lo que implica escuchar para entender, no solo para refutar. Esto es especialmente crucial al conversar con personas influenciadas por el catolicismo popular o el sincretismo, donde las palabras «Dios», «pecado» o «salvación» pueden tener significados muy diferentes.
Formar comunidades apologéticas: La apologética no es para especialistas solitarios. Es una tarea de toda la comunidad. Las iglesias deben ser lugares seguros donde se puedan hacer preguntas difíciles y donde los creyentes sean equipados para dar razón de su fe. La recomendación de buenos libros y la creación de espacios de formación, como los que promueve, por ejemplo, el Instituto Pontea, son fundamentales.
En conclusión, la apologética es mucho más que un ejercicio intelectual: es una disciplina espiritual y un acto de amor. Es la humilde y valiente tarea de despejar los obstáculos que impiden a las personas ver la belleza, la coherencia y la verdad de Jesucristo, el Logos hecho carne, en quien encontramos las respuestas a las preguntas más profundas y definitivas de la vida. Permítaseme concluir con unas palabras del reciente libro «La sensatez de creer», del jurista Simon Edwards (CLIE, 2024). Palabras que nos afirman, confirman y reafirman en que nuestra fe no es una categoría moral o filosófica, sino la vigorización de nuestra creencia:
«Una fe que no solo nos ayude a comprender el mundo que nos rodea, sino también el mundo que llevamos dentro, incluidos nuestros pensamientos, intuiciones, anhelos y emociones más profundos. Una fe que tenga sentido, por así decirlo, tanto para la mente como para el corazón. Una fe que funcione en el mundo real.»