Cristo, Señor de la Historia

(Apocalipsis 5)

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Por : Alberto Arjona

Una situación desconcertante. Pongámonos en la situación de aquellos cristianos del tiempo de Juan, ya avanzado el primer siglo. Persecución, muertes crueles, sufrimiento ,… ¿Hasta cuándo? Cristo no viene, le confesamos como Rey de reyes y Señor de señores, pero parece que él no manda, que quien manda es el César (posiblemente el cruel Domiciano) y son sus decisiones las que cuentan. ¿Iba todo a seguir así? ¿Seguirá en el trono del mundo aquella bestia? ¿Y hasta cuándo?

A la que Dios responde. Juan tiene una visión; es la respuesta de Dios a la Iglesia. Hay una puerta abierta en el cielo para que Juan mire con mucha atención. ¿Y qué es lo que ve? ¡Un Trono! ¡Y qué Trono! Dejémonos impactar por la descripción que se hace de él y del que está sentado en el mismo (capítulo 4). A Juan le es dado contemplar la realidad, la Verdadera Realidad, no la aparente, la que percibimos con nuestros sentidos. Claro que es cierto que hay señores muy poderosos, déspotas que se sientan en sus tronos, capaces de tomar crueles decisiones sobre aquellos de los que se enseñorean e incluso perseguir, torturar e incluso matar a los creyentes, pero lo que va a descubrir Juan, y nos lo va a contar, es que todos los tronos están bajo la soberanía del que se sienta en el Trono que contempla.

Una escena muy extraña. Dios sentado y sosteniendo con la mano derecha un rollo sellado con siete sellos. Apocalipsis es un libro de simbolismos y utiliza fuentes que provienen tanto del AT como de la cultura que rodeaba a aquellos cristianos. Es por el empleo de tanto simbolismo que se nos hace a nosotros bastante difícil de entender, pero aquellos que lo recibieron, lo leyeron y lo escucharon, pudieron entenderlo muy bien.

En un lenguaje también extraño. ¿Y por qué escribe Juan así, y no como Pablo, por ejemplo, o como los evangelistas? En aquella época había un género literario llamado género apocalíptico. Numerosoas obras de dicho género se habían escrito en el tiempo intertestamentario, especialmente en la época de los Macabeos. Había docenas y docenas de “apocalipsis” y todos tenían una estructura casi idéntica. Los judíos esperaban el fin de las cosas tal como son ahora. Una nueva era había de venir, la edad de oro de Dios, en la que todo sería paz, prosperidad y justicia, y el pueblo escogido de Dios, o sea ellos, sería vindicado por fin y ocuparía el lugar que le correspondía por derecho propio. Creían que el cambio no se podría producir nunca por intervención humana, y por tanto esperaban una intervención directa de Dios. Él se presentaría en el escenario de la Historia para desterrar la existencia de este mundo presente e introducir tal edad de oro. El día de la intervención de Dios se llamaba el Día del Señor, y sería un tiempo terrible de terror y destrucción y juicio que serían los dolores de parto de la nueva era. Toda la literatura apocalíptica trataba de estos principales acontecimientos: el pecado de esta edad presente, los terrores del tiempo intermedio y las bendiciones de la edad por venir. Se compone exclusivamente de sueños y visiones del fin del mundo, lo que hace que toda la literatura apocalíptica sea críptica por necesidad, codificada. Siempre está tratando de describir lo indescriptible, de decir lo indecible. Y los símbolos eran un código para que no lo entendieran aquellos que les estaban oprimiendo. Así que Apocalipsis tiene en común con aquellos otros apocalipsis el uso de simbolismo, el tema de la victoria de Dios, incluso la estructura literaria, pero dice lo que los demás no dicen, porque todo su acento está en Cristo, su sacrificio y su victoria, que hace extensiva a todos los que han creído en él y han perseverado.

Volviendo a la escena. Estábamos en que Dios está en el Trono y tiene en la mano derecha un rollo sellado, escrito por ambas caras. Juan está usando una figura, también simbólica, del AT, y que se encuentra en Ezequiel 2:9: Y miré, y he aquí una mano extendida hacia mí, y en ella había un rollo de libro. Y lo extendió delante de mí, y estaba escrito por delante y por detrás; y había escritas en él endechas y lamentaciones y ayes. El rollo estaba sellado. Según el derecho romano los testigos de un testamento sellaban el rollo cada uno con un sello y cuando el testamento se abría, había que hacerlo en presencia de dichos testigos. Es como si Dios estuviera diciendo: En los asuntos de este universo, esta es mi voluntad, aquí está escrita.

Un misterio. ¿Por qué se sella? Porque lo que hay escrito es un secreto. En el NT aparece con cierta frecuencia la palabra “misterio”, que nada tiene que ver con lo que entendemos nosotros por misterio, algo que no se puede entender, o algo que nos hace pensar y no encontramos solución. Misterio es una revelación que antes estaba oculta pero que ahora Dios la ha manifestado. Sabemos entonces que el contenido del rollo trata de lo que había de acontecer en el mundo, en la Historia, en la Iglesia. Es decir, resumiendo dicho contenido, es que Dios tiene un plan para este universo y el propósito de Dios es imposible que fracase. Eso no quiere decir que todo está fatalmente determinado, que nuestra vida es un guion escrito por Dios y que los seres humanos somos simples marionetas.

Si no se pudiera abrir… Si Dios tiene un propósito, pero el rollo no se puede abrir porque no hay entre los seres humanos nadie que pueda abrirlo, la comunicación a los hombres de su plan para con la humanidad se frustra. Perdemos la esperanza, el consuelo, vamos ciegos por la vida, nadie nos explica el porqué del sufrimiento que parece que nunca va a acabarse. Dios no puede comunicar a los hombres ningún mensaje si no hay alguien apto para recibirlo y luego lo comunique a los demás. Tenemos ejemplos claros de personajes en la Biblia que hicieron de receptores para comunicar la voluntad de Dios en determinados momentos. Amós llega a decir que no hace nada el Señor sin comunicar sus secretos a los profetas. Pero aquí se trata de comunicar el destino de este universo. Jesucristo es por excelencia el revelador de Dios. Dios se revela plenamente en la persona de Cristo, y justamente es lo que hace ahora, revelar el plan de Dios, un plan que solo se hace posible por la obra de Cristo, su Muerte, su Resurrección, su Exaltación.

Es para asustarse. Pero Juan no sabe eso todavía. Entiende que si no hay respuesta que asegure que el plan de Dios va a llevarse a cabo, estamos perdidos. Necesitamos saber que hay salvación, que hay futuro, que las promesas de Cristo van a cumplirse, que la Historia no va a la deriva y que el pueblo de Dios terminará triunfando. Y es por eso que Juan llora. ¡Alto, no llores! ¿Pensabas que no había respuesta, Juan? ¿Acaso que Dios, a pesar de ser el Todopoderoso, no podía revelar su plan porque no había una persona lo suficientemente digna para recibir el rollo y abrir sus sellos? A veces el sufrimiento, el dolor humano, el dolor del creyente es por falta de conocimiento, por no ser pacientes y confiar en que Dios tiene las respuestas. Nos adelantamos para pensar que no hay salida a las situaciones que parecen imposibles.

Cálmate, Juan. ¡Mira! Sí hay quien pueda abrir el rollo. El León de la tribu de Judá, la raíz de David ha vencido y puede abrir los sellos. Nuevamente dos referencias al AT. Judá, te alabarán tus hermanos; tu mano en la cerviz de tus enemigos; los hijos de tu padre se inclinarán a ti, cachorro de león, Judá; de la presa subiste, hijo mío. Se encorvó, se echó como león, así como león viejo: ¿quién lo despertará? No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos. (Gén 49:8-10). Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces…. Acontecerá en aquel tiempo que la raíz de Isaí, la cual estará puesta por pendón a los pueblos, será buscada por las gentes; y su habitación será gloriosa. (Isa 11:1-10). ¿Por qué estas citas del AT? Porque estamos nada menos que ante el impresionante Mesías Victorioso. Aquí están sus títulos que las profecías decían de él.

Vas a ver al hombre más fuerte de la Historia. El escenario está aún vacío; el León de la tribu de Judá y la raíz de David, aún no ha salido a escena. ¿Qué esperaría ver Juan? ¿Puedes imaginarte al Mesías si te anuncian esos títulos? Aquí va a salir un tiarrón que nos va a dar miedo verle, posiblemente con la espada de David en la mano, alguien que dejará pequeño a cualquiera de aquellos héroes de la mitología griega. Pero no. Sale un cordero. Veintinueve veces se habla de Cristo como cordero en Apocalipsis. El evangelio de Juan ya había mencionado a Cristo como cordero; también Pedro en su primera carta; y está la muy conocida referencia a Isaías en la canción del Siervo Sufriente de Jehová. Pero curiosamente Juan emplea aquí una palabra para cordero que solo figura en la traducción griega del AT en Jer.11:19: Y yo era como cordero inocente que llevan a degollar. el Cordero de Apocalipsis es el Crucificado. Es por eso que tiene las señales de haber sido sacrificado. Recordemos que el Señor glorificado enseñó a Tomás las marcas de su crucifixión. Sin duda en el cielo las veremos tan cerca como las vio Tomás.

¡Vaya chasco! En lugar de salir a la escena el León de la tribu de Judá, el descendiente del gran David el conquistador, esperando que saliera un «Supermán», sale un cordero al que habían llevado a degollar. ¿Hay mayor signo de debilidad? Pues no nos equivoquemos. Justamente ahí, en la cruz se manifestó el poder de Dios. La cruz es la gran victoria de nuestro Salvador, es poder de Dios para hacer posible el perdón. Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. (1Co 1:18). Y el que sufrió la muerte de cruz, la más humillante, la reservada para los peores malhechores, estaba ganando la batalla al diablo y a la propia muerte. Por lo cual Dios lo exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla y toda lengua confiese que Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre.

No es un cordero normal. Tiene siete cuernos, lo cual habla de su Omnipotencia. El que lleva aún las señales de su crucifixión, de la mayor debilidad, es ahora aquel a quien le ha sido dada toda potestad en los cielos y en la tierra. Y no solo el poder. También tiene siete ojos. Goza de la Omnisciencia divina, de todo el conocimiento. No hay nada que le esté oculto. Cristo, poder de Dios y sabiduría de Dios.

¡Entonces hay solución! ¡El Cordero puede abrir el rollo! ¡La salvación está asegurada! ¡El plan de Dios va a cumplirse sí o sí! Y esto va a ser comunicado a su pueblo para que no desespere. Todo ello produce una gran alabanza. Párate un momento y alaba tú también. Apocalipsis es un libro que nos invita al gozo, al optimismo, no al temor; el mundo no va a la deriva, aunque tantas veces lo parezca. Canta tú también un nuevo cántico. Los nuevos cánticos siempre tienen por tema el descubrimiento de una nueva faceta de la misericordia y la justicia de Dios. Y prepárate para lo nuevo. En Apocalipsis sale mucho lo nuevo: Un nuevo nombre para cada creyente, la nueva Jerusalén, los nuevos cielos y nueva tierra. Dios es el que hace nuevas todas las cosas.

Canta con nosotros, Juan. Y este es el contenido del nuevo cántico que podemos cantar juntos con los veinticuatro ancianos: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra. Parece que hay demasiado ruido y Juan mira. Ve que no solo es una buena noticia para la iglesia. Muchos ángeles, los seres vivientes, los ancianos, una multitud incontable diciendo al unísono con todas sus fuerzas: ¡El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza! No falta nadie en esta alabanza, pero tampoco falta nada. No hay elemento de esta Creación que pueda guardar silencio: Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: ¡Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos!

Y tú también. Parece que el Espíritu Santo quiere que nos imaginemos que nosotros mismos formamos parte de la escena, que nos identifiquemos con los adoradores. Aquel Jesús, el Jesús que vivió entre nosotros, que recorrió su tierra enseñando acerca del reino de Dios, haciendo milagros, aquel quien para muchos solo fue un malhechor, un agitador, un sedicioso, un delincuente, ajusticiado como un villano, es nada menos quien comparte con Dios la misma alabanza, gloria, honra y poder que solo Dios puede recibir. En el nombre de Jesús nuestras rodillas ya se han doblado y nuestras lenguas ya han confesado que Jesucristo es el Señor, para la gloria de Dios Padre.

¿Y se acaba el optimismo? Puede parecernos muy extraño que al abrir los sellos, al conocer lo que ha pasado, pasa y pasará en este mundo, la escena cambie de manera tan abrupta. Pero eso lo veremos en la siguiente escena. La Historia es la concatenación de los juicios de Dios, el altavoz por el que Dios habla a los hombres para que escuchen el mensaje de salvación, para que miren a lo alto y busquen a Dios, para que en la desesperanza busquen la esperanza en Cristo. Qué terrible leer una y otra vez: ¡Y no se arrepintieron! Ni por las buenas, por medio del mensaje del evangelio invitándoles a la reconciliación con Dios, ni por las malas, para que lo buscaran en medio de circunstancias cuyo propósito es ayudarles a reaccionar, a mirar a lo alto, a buscarle. Pero para todos aquellos que se arrepienten, entre los que estamos tú y yo, deseamos que este orden de cosas pase, que pase este siglo malo, que pronto llegue el siglo venidero, que llegará, y escuchemos la voz que nos dice: Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad. (Apo 22:14)